jueves, junio 20, 2013

Apariencias



Cogió la taza de café y la llevó muy despacio a los labios rojos y carnosos como la manzana de Blancanieves. El labio inferior dejó un corazón cortado en el borde de loza blanca. La punta de la lengua se abrió huego y atrapó la espuma dorada que perfilaba el carmesí.

Cruzó las piernas en un ángulo inverosímil, enroscándolas hasta el tobillo. El tacón derecho quedó apenas a medio centímetro de la media de cristal, bordeando el desastre. La falda quedó ligeramente subida, enseñando, quizás un par de centímetros más de la cuenta y desviando la atención del cuello. Una punta de encaje negro sobresalía ligeramente de la abertura en uve de la camisa blanca, medio cubierta por unos rizos castaños, muy oscuros y muy brillantes. Sólo dos botones desabrochados pero alrededor habían provocado una conmoción.

Leía una revista del corazón, de las serias, un “Hola!” probablemente, pasando las páginas demasiado rápido para haber podido leer los artículos de verdad, pero parándose lo justo en las fotos de moda, parejas dándose la mano o celebraciones reales.

El camarero se quemó al verter la leche en el café del tendero de la esquina. El estudiante se tropezó en una silla al dirigirse a la mesa del fondo, donde le esperaba una chica cuyo pie batía el suelo a ritmo rápido y enojado.

Ella no levantó la vista en diez minutos hasta que entró un niño y se le colgó al cuello. Ella lo abrazó con cuidado como si fuera a hacerle daño. El hombre que venía con el niño se agachó y le dio un beso agrietado en la mejilla, mientras le cogía el brazo para hacerla levantarse.

Al salir los tres, seguidos por veinte pares de ojos, casi todos masculinos, el cliente habitual de la mesa cinco vio una sombra en su barbilla. A la altura de los pendientes de perla, tres cardenales ovalados parecían mirarle como un adorno posmoderno.