jueves, junio 20, 2013

Apariencias



Cogió la taza de café y la llevó muy despacio a los labios rojos y carnosos como la manzana de Blancanieves. El labio inferior dejó un corazón cortado en el borde de loza blanca. La punta de la lengua se abrió huego y atrapó la espuma dorada que perfilaba el carmesí.

Cruzó las piernas en un ángulo inverosímil, enroscándolas hasta el tobillo. El tacón derecho quedó apenas a medio centímetro de la media de cristal, bordeando el desastre. La falda quedó ligeramente subida, enseñando, quizás un par de centímetros más de la cuenta y desviando la atención del cuello. Una punta de encaje negro sobresalía ligeramente de la abertura en uve de la camisa blanca, medio cubierta por unos rizos castaños, muy oscuros y muy brillantes. Sólo dos botones desabrochados pero alrededor habían provocado una conmoción.

Leía una revista del corazón, de las serias, un “Hola!” probablemente, pasando las páginas demasiado rápido para haber podido leer los artículos de verdad, pero parándose lo justo en las fotos de moda, parejas dándose la mano o celebraciones reales.

El camarero se quemó al verter la leche en el café del tendero de la esquina. El estudiante se tropezó en una silla al dirigirse a la mesa del fondo, donde le esperaba una chica cuyo pie batía el suelo a ritmo rápido y enojado.

Ella no levantó la vista en diez minutos hasta que entró un niño y se le colgó al cuello. Ella lo abrazó con cuidado como si fuera a hacerle daño. El hombre que venía con el niño se agachó y le dio un beso agrietado en la mejilla, mientras le cogía el brazo para hacerla levantarse.

Al salir los tres, seguidos por veinte pares de ojos, casi todos masculinos, el cliente habitual de la mesa cinco vio una sombra en su barbilla. A la altura de los pendientes de perla, tres cardenales ovalados parecían mirarle como un adorno posmoderno.

viernes, enero 11, 2013

Aires nuevos

El día en que la profesora de primaria se escapó con el jardinero del colegio, el 7 de febrero de 1974, Susanita tenía dos años. No es que ella fuera consciente de mucho, tenía bastante con aprender a meter los discos en el nuevo tocadiscos sin que sonara muy raro, pero sí notó el revuelo en casa, sobre todo porque la profesora de primaria era la mujer del tío Ramón, el hermano de su madre.

Las comadres del pueblo, inmediatamente hicieron cónclave en casa de la Manuela y fijaron los pasos a seguir, a saber: prohibir nombrarla directamente por su nombre en al menos un mes, asistir al “viudo en funciones” en cosas como la intendencia de la casa y buscar una profesora sustituta de urgencia hasta que llegara la oficial.

Durante dos días no hubo clase y Susana se alegró de que su hermana se quedara en casa con ella, haciendo pasteles y dibujando recortables de muñecas con trajes de fiesta mientras miraban de reojo al tío Ramón con la cara roja esperando que se le cayera la taza de la mano temblequeante.

El tercer día los niños tuvieron que ir al colegio a rastras, las vacaciones improvisadas les había asilvestrado un poco, y además no querían una nueva profesora, querían a la de siempre, que olía a flores del campo y llevaba una trenza muy larga con la que acariciaba las caras de los que hacían bien los deberes.

Así que fue se quedaron todos boquiabiertos al ver al niño grande con raya al lado Y bigotito sentado frente a la mesa, bien tieso y con la cartera marrón apoyada junto a la silla, esperando. El hijo de la farmacéutica siempre había sido un empollón, desde que empezó a los cuatro años hasta ahora que estudiaba en Madrid, así que fue la primera opción de profesor de emergencia, dando todos gracias de que hubiera venido a pasar una temporada al pueblo y que pudiera faltar unos días más a sus deberes de estudiante modelo. Tras el primer día de pasmo salieron todos los niños corriendo a contar en casa la nueva aventura de tener a un hombre por profesor.

Susana, cansada de tantas explicaciones de su hermana y de dejar de ser el centro de atención durante tanto rato, salió al jardín a jugar con los gatos en la esquina del seto, bien escondida para que se llevaran todos un susto. Y allí fue donde vio al tío Ramón hablando con el nuevo profesor, muy bajito. Después de un rato se despidieron, y el tío Ramón tocó la cara del hijo de la farmacéutica como su hermana le había contado que lo hacía “la pecadora”. Y Susana se acurrucó con un gato en cada mano, muy contenta de que el tío Ramón tuviera un amigo también para jugar.