lunes, abril 21, 2008

Ojos

Cuatro páginas, la primera y la tercera son de una persona, la segunda y la cuarta de otra...adivinad....

En 1986 la pelirroja Emily Sanders todavía jugaba de vez en cuando con sus muñecas, aunque eso si, procuraba que nadie la viera. La adolescencia estaba tocando a su fin y tanto su cuerpo como su manera de hablar delataban que el candor y la inocencia muy pronto abandonarían su vida.

Serian cerca de las siete cuando del teléfono color turquesa que había en su cuarto empezó a emanar una pegadiza e infantil melodía. Emily no sabia quién era, no esperaba llamada de nadie, Robert el novio con el que tonteaba desde el colegio la había dejado por Kate Tiersen una rubia de la parte oeste del barrio, más mayor que ella y sobre todo con unos pechos mucho más grandes… habían pasado tres largos meses desde aquel final de la primavera, cuando Robert todavía le juraba amor eterno…

El verano todavía brindaba calor y luz, a pesar de que el otoño ya empezaba a dar avisos de su llegada.

-. ¿Diga?

-. Hola… Emily……

Una voz lenta y profunda emanaba del auricular. Emily nunca habia oido esa voz

-. No le conozco señor ¿Con quién hablo?

-. Mi nombre no importa Emily…

Emily se estremeció ligeramente y dejo de pestañear, aquella voz la intranquilizaba.

-. ¿Que quiere de mi?

-. Sólo que escuches lo que tengo que decirte

Emily se quedo muda por un momento. Después con voz titubeante respondió:

-. Oiga esto es muy raro, dígame quién es, esto no tiene gracia.

-. No pretendo tener gracia… Y ahora escucha atentamente…


Emily se encogió sobre si misma y agarro la colcha de su cama como si buscara un punto al que aferrarse. No pudo decirle nada a su interlocutor y aquel hombre sabia donde vivía y como se llamaba.

Despúes de unos pocos segundos de tenso silencio aquella voz volvió a emitir:

- Un dia cualquiera de tú vida mirarás hacia atrás, y ahí estaré yo. No me mires a los ojos… no lo hagas…

Emily se torno de un color más blanquecino, estaba asustada… aquella voz no era fingida, no había ningún atisbo de broma en la llamada. No pudo contestar nada, estaba paralizada y confundida. Antes de poder reaccionar escucho un “clack” por el auricular, quién quiera que fuese había colgado.

Un grito desde la planta de abajo le hizo dar un respingo, sobresaltada. Era sólo su madre llamándola para cenar. La oscuridad del pasillo que llevaba a la escalera de repente le parecían inquietante, como si pudiera haber alguien escondido allí dispuesto a saltar sobre ella. Hizo falta una gran fuerza de voluntad para cruzarlo. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué ella? Si su madre notó algo extraño en su cara no se lo dijo, últimamente estaba distraída, Emily sospechaba que por culpa de ese nuevo novio de sonrisa torcida, que reía con ruidos de hiena.


Durante unos días no ocurrió nada anormal, Emily siguió yendo al instituto como siempre, y el recuerdo de la voz empezó a ser un recuerdo brumoso en su mente, muy ocupada pensando en Robert y su nueva novia. El viernes llegó a casa furiosa, después de ver a los dos besándose con descaro delante de ella en la parada del autobús. Tiró los libros con rabia sobre la alfombra y se tiró sobre la cama, llorando.

Cuando el teléfono empezó a sonar, pensó, esperó, que fuera Robert arrepentido. Pero al otro lado sonó una voz totalmente diferente.

-. Hola…Emily….

Otra vez la voz de pesadilla

-. ¿Quien es? ¿Qué quiere?

-. Yo que tú no lloraría por Robert,es solo una pluma sin importancia y como tal será arrasado

-. Me está asustando, por favor, ¡déjeme en paz!

-. No puedo, Emily, te he elegido, eres mi misión

-. No quiero, por favor, déjeme…

-. No puede ser, estoy en todas partes, nunca me alejo, vigilo tu nuca, pero, recuerda, cuando decida presentarme, no mires mis ojos..

De nuevo el clic, el otro había colgado.

Emily se acostó en la cama y se cubrió, aterrada y temblando. No sabía que hacer ni a quien acudir. El fin de semana no salió de casa, no se atrevía a volver de noche sola, su calle estaba desierta después de anochecer y le daba vergüenza pedir que la acompañaran.

El lunes por la mañana llegó agitada a clase, vigilando su espalda a cada minuto. El corazón le latía con fuerza y cada sonido le erizaba el pelo en la nuca, pero no vio a nadie que pareciera sospechoso o que la mirara de forma diferente. Se sentó en su mesa mientras llegaban todos los demás y empezó a mirar por la ventana. Una sombra pareció esconderse detrás de un árbol, ¿o lo había imaginado? Siguió observando asustada hasta que empezaron las clases, y entonces se dio cuenta de algo: el asiento de Robert estaba vacío...
Las gotas resbalan por los enormes cristales del 1800 de Falls Street, fuera, la noche es una tela negra salpicada de pequeñas luces, seguramente de gente que vuelve a casa después de un largo día de trabajo. En el horizonte se pueden ver largos y arrítmicos flashes blancos, la tormenta ha decidido quedarse toda la noche sobre la ciudad. De vez en cuando el ruido de algún relámpago se oye de fondo, a lo lejos…

En el altísimo edificio para oficinas del centro, Emily contempla ensimismada la bella y perturbadora noche mientras sus manos sujetan un café y un cigarrillo, se pensó ligeramente afortunada… desde su despacho puede contemplar ese cuadro dinámico y además nadie puede reprocharle por fumar en el trabajo. Todos se han ido a casa ya y ella, una vez má,s se queda a terminar el trabajo.

Es uno de los valores más fuertes de su compañía, respetada y temida a partes iguales por sus compañeros de trabajo, sabe como hacer ganar mucho dinero a sus jefes. Claro que no le ha salido gratis, interminables horas de estudio en la universidad, trabajos mal pagados, jefes insufribles y poco tiempo para otra cosa que no fuera prepararse para ser la mejor.

Ha tenido recompensas, es verdad, un bonito apartamento en el exclusivo barrio de Golden Hills y un Lexus descapotable en el que deja lucir su hermoso pelo rizado y rojo todas las mañanas camino del trabajo. Sin embargo poco espacio hay en su vida para el amor, si acaso alguna aventura fugaz con algún chico joven de administración, alguna noche de pasión anónima en una convención lejos de su ciudad… nada serio y sobre todo nada que la comprometiera demasiado.

El corazón de Emily esta blindado y sellado, nada deja entrar que pueda perturbar su vida. De vez en cuando sufre un poco, pero logra reponerse, Paul estuvo cerca en aquellos días de universidad en los que los dos compartían almuerzos, vino y conversaciones bohemias, incluso llegaron a vivir juntos un par de meses pero luego todo desapareció con la distancia y el tiempo.

Aspira la última calada del cigarrillo, casi al borde de fumarse el filtro, también apura el último sorbo de café y se dice a si misma que lo dejará a las doce, mañana es viernes y no quiere estar demasiado cansada para el fin de semana. El sábado visita a su madre, algo que no le gusta demasiado, en realidad no le gusta demasiado volver a su pueblo natal, hace doce años que salio de allí, doce años de aquellas extrañas llamadas, doce años sin saber nada de Robert ni de su destino, doce largos años para olvidar aquél verano, que sin duda cambio el rumbo de su vida.

Vuelve sobre la pantalla de su ordenador, empieza a teclear rápidamente y sin dudar, lo que escribe hace tiempo que estaba en su cabeza. Revisa unos papeles que hay a su izquierda y decide quitarse esos caros y estrechos zapatos nuevos. Su despacho está sutilmente inundado por la música de una cantante negra, le encanta y la relaja. El repiqueteo del teclado es lo único que rompe la armonía del momento.

Pasa un rato mirando hacia el techo y estirando las cervicales, decide encender otro cigarrillo, desde fuera sólo se ve una suave y tenue luz que perfila la silueta de Emily, parece como si sólo ella existiera está noche. De repente una estúpida melodía suena desde su bolso, una luz transparenta y sale del fondo. Es su móvil, Emily rebusca entre los numerosos objetos y por fin lo localiza. “Seguro que es mi jefe” piensa y al oprimir la tecla verde una conocida voz surge del aparato. El rostro de Emily se desencaja.

-. Hola Emily… soy yo… te he seguido todo este tiempo y estoy orgulloso de ti. Te ha ido bien, ¿verdad? Hoy nos conoceremos por fin…, hoy se despejarán todas tus dudas, Emily. Pero recuerda…… “no me mires a los ojos”.

Mira la pantalla, pero sólo aparece “número desconocido” en ella. ¿Cómo ha conseguido su móvil? De repente vuelve a revivir la angustia y el miedo, y el sentimiento de culpa de saber que Robert desapareció por su culpa, que ella fue la responsable.

Intenta fijar la vista en el ordenador pero no puede concentrarse, cualquier ruido en la oficina vacía y a oscuras le acelera el pulso hasta el borde del infarto. Algo se ha movido a su espalda, está segura de ello, estira el cuello en tensión, intentando distinguir cada sonido, tuberías, zumbidos de fluorescentes, el motor del ordenador, su propia respiración agitada…pero hay algo más, y no se atreve a volver la cabeza y mirar. Ahí está otra vez, es un roce de zapatos en la moqueta, muy suave, desaparece, y al cabo de unos segundos vuelve. Está paralizada.

Por su derecha una sombra avanza, una silueta deformada por las luces de oficina y se detiene. Su dueño tiene que estar justo detrás de ella. La espera se hace interminable. Cierra los ojos….

Una caricia sube por su cuello hasta alcanzar su barbilla, sube por su cara, se detiene en su boca y sigue hasta su cuello. Y esa voz tan conocida y desconocida a la vez empieza a hablar, en susurros, cerca de su oreja.

-. Hola Emily, por fin nos encontramos, lo estabas deseando, ¿verdad? Mi obra, te he estado guiando todos estos años, la mujer perfecta, eficiente y fría en apariencia, y un volcán esperando en su interior… nada te podía apartar del camino, no podía permitirlo….

Ella cierra aún más los ojos, manchas blancas empiezan a distorsionar la negrura y nota las perlas de sudor en su frente. La cara de él está tan cerca de la suya que nota su calor.

-. Sabía que ibas a ser tú, que tú no me defraudarías, tú serías la definitiva….

Emily no puede más, no soporta más no saber, sus párpados se levantan y mira al frente, y lo que ve la deja helada, es una cara alargada corriente, pelo rubio corto y ralo, piel pálida, pero esos ojos…. Una vez que los has mirado no puedes salir, esos ojos han visto demasiado, el sufrimiento, miedo, los gritos de mujeres resuenan en su cabeza, han absorbido el horror, el infierno, y aunque inmediatamente cierra los ojos otra vez, ya es demasiado tarde, no puede dejar de ver, ni de oír, lágrimas caen, silenciosas.

La voz junto a ella ya no es tranquila, ni profunda, chirría con odio.

-. ¿Por que lo has hecho, Emily? Te advertí que no lo hicieras, te lo iba a dar todo pero eres como las otras…

Pero ella ya no escucha, su mente está perdida entre los gritos y el llanto, y casi ni nota como las manos se cierran alrededor de su cuello y empiezan a apretar….
Jorge y Christine