jueves, diciembre 25, 2008

1939

Porlier huele a polvo y sudor de miedo. Las canciones sobre la Pepa se oyen por los pasillos, mala señal, hay nerviosismo en la música, la semana pasada tuve que explicarle a un chaval lo que significaban. Un reportero de apenas veinte años, idealista e inconsciente como lo éramos antes. Desde que sabe que la Pepa es la Pena, ya no sonríe, pero hace bromas y canta como el que más para no oir los disparos, supongo yo.

Yo ocupo mis días escribiendo lecciones para mis niños, las chicas son mayores y no sé si les servirán de algo pero quizás al pequeño... Cuando me canso miro pasar los pies desde la ventana, los limpios van rápido, se apartan en seguida, los sucios se arrastran, van despacio como si temieran desintegrarse a cada paso. Si pego el pecho a la pared puedo incluso alcanzar el cielo y me transporto al cerro de los Siete Vientos, entre el romero y me veo describir piedras o los meandros del Jarama a los chicos que me miran con ojos enormes y caras coloradas por el sol o huelo las calles rojas de uvas pisoteadas en tiempo de vendimia.

A mis compañeros les gusta que describa la casa-escuela con sus ventanales de la calle Tiendas, y los pupitres toscos unidos al asiento con sus cajitas de hierro llenas de arena caliente de la estufa para calentarnos las manos. Hace frío en los sótanos, el calor no llega hasta aquí, ¿para qué? Muchos nunca han visto el mar y les cuento los viajes interminables en coche, y las olas salvajes de Llanes, que lamen tus pies hasta amoratarlos envueltos en espuma.

Pero hoy es distinto, esta noche han llegado de nuevo, con la "saca" en la mano, los nombres de los que se irán mañana para no volver y han nombrado a Gerardo, mi gran amigo. He llenado el tintero como lo hacía cada mañana en la otra vida y le he escrito un poema.





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A mi bisabuelo Román (1892-1939)

domingo, noviembre 16, 2008

Distrito F

El sudor flota en el aire, las manos se agrietan. Ella le toca el brazo, él siente la caricia de cactus, pero sonríe, le calienta por dentro. En el Distrito F, nadie tiene nombre o al menos nadie lo recuerda, la arena borra los caminos entre bloques de hormigón, las ventanas se cierran y sólo se oye el viento. La cara de ella se acerca, él puede oler su aliento al abrirse la boca y pegarse a la suya. El sabor se vuelve salado, la humedad le alcanza la barbilla y cae sobre la arena antes de desaparecer.

Las manos se juntan y juegan durante un minuto apenas. Ella interroga con los ojos al sentir la caja cuadrada en su palma. Si no vuelve podrá abrirla. Ella se aparta, fija la vista en el horizonte, blanco sobre blanco. Las dunas cercan la isla de cemento, pero nunca es la misma la que te vigila, se mueven sin cesar, aunque no te des cuenta, y esconden miles de insectos y lagartos.

El avión espera en la pista de tierra con el morro hacia arriba, oteando el aire, el único pájaro que ha sobrevivido. La tormenta se acerca. Los remolinos envuelven las dos figuras inmóviles, los granos pican en la nariz, en la garganta, asfixiando, casi no pueden verse el uno al otro. Una ventana se abre, alguien observa la salida pero no habrá ceremonias, no es el primero que se aventura más allá buscando una salida, un cambio, da igual, el que sea. Es inútil, no hay nada fuera del Distrito F.

El óxido le araña la mano al abrir la puerta y se acomoda como puede dentro. El olor a gasolina y polvo marea. Se incrusta en el asiento de cuero rojo y enciende los motores que renquean en toses secas. Las hélices mueven el polvo y se paran. Él vuelve a intentarlo y esta vez cogen impuso y el ritmo se acelera apartando el silencio. El rayo de plata recorre la pista, apenas visible, en pocos segundos y empieza a elevarse, escorado a la derecha. Por un momento parece que va a caer, y ella no puede reprimir un grito ronco que nadie puede oír entre los átomos de cuarzo y humo.

Él ríe ligero al sobrevolarla, gira dos veces a su alrededor, la corriente se vuelve tornado y levanta su vestido rojo, las piernas le tiemblan, no sabe si de miedo o excitación. Sigue subiendo, ella se ha convertido en un punto lejano, un hito topográfico que le ayudará a volver.

El horizonte se ha alejado pero sigue igual, la nada vacía le rodea en cualquiera de los puntos cardinales, sólo la brújula le indica que sigue un camino, escogido al azar. Los minutos pasan, se transforman en horas, si no para la búsqueda ya no habrá vuelta atrás. Y se da por vencido.

El Distrito F vuelve a emerger de nuevo. Como último coletazo decide subir un poco más. El cielo cambia, el gris pálido se ha transformado en azul, que se oscurece más y más al ascender. El sol ya no es un globo triste, sino un foco amarillo reluciente en un viscoso cuadro de óleo ultramar. Y sigue subiendo. No sabe donde puede llegar, pero quiere estar allí. El tablero de mandos vibra bajo su mano, le hace cosquillas, casi no puede leer los números, pero tiene que saber lo que hay más allá, dónde está la frontera. El vello se le eriza, y empieza a tiritar, los dedos se entumecen mientras empieza la inmersión. Siente una mordaza en la cara, un ataque de asma mientras hiperventila.

El sol se fija en su retina, cada vez más grande, cada vez más frío, no puede cerrar los ojos tiene que seguir mirando….

Ella se levanta de la arena, el hueco de su cuerpo se desvanece como si nunca hubiera estado allí, esperando durante horas. El rugido se hace más fuerte pero no desciende, la diagonal apunta a las estrellas, y de repente el silencio, todo está inmóvil. Una serpentina de humo crece desde el cenit, el fin de fiesta. El avión grita al estrellarse, y la onda expansiva curva el tiempo y el espacio, tumbándola en la arena, es la última caricia.

La caja se le clava en el estómago al caer, la sangre se confunde en el vestido y mancha la tapa abierta. Una pluma blanca sale volando y se pierde en el viento.

Ícaro se sintió dueño del mundo y quiso ir más alto todavía. Se acercó demasiado al sol, y el calor derritió la cera que sostenía sus alas, por lo que las perdió. El desdichado y temerario joven acabó precipitándose en el mar y se ahogó

lunes, noviembre 03, 2008

En el bar...


Lucía

Está de espaldas hablando con el chico de azul, en tirantes a pesar del escalofrío de octubre y el pelo negro descuidado le cae sobre los hombros, nadie, excepto él, puede ver su cara. Le explica un proyecto, y habla y habla como para compensar esa infancia acomplejada y muda sentada delante de los gemelos Flores que susurraban insultos vestidos de broma a la niña regordeta de máscara de metal, todo dientes y enormes gafas de plata. Ahora tiene una boca perfecta, lleva lentillas y usa el papel de escudo. Fotos del nuevo negocio, comunicación del futuro en la antigua fabrica convertida en oficina moderna de cristaleras diáfanas que todo lo muestran. El chico la mira embelesado pero ella no se da cuenta.

Alberto y Miguel


Llevan la misma perilla y pelo corto, nada los distingue, salvo la enorme tarta de chocolate y el delicado té de frambuesa. La camiseta gris sonríe a la chica que se sienta a su lado y roza su muslo bajo la mesa. La camiseta naranja se inclina hacia el chico rapado y se ríe, diga lo que diga, aprovechando para cogerle el brazo o el hombro. Compartieron habitación, libros, pupitre en el colegio, ropa e incluso la primera novia, hasta que Alberto vio a Miguel acariciando al camarero con pintas de rockero Glam en aquel bar en el que se metió por error y comprendió el por qué del mote “Flor de primavera”. Un mes de silencio ofendido por el secreto, esa traición a los años de sincronía, no fue suficiente para romper el vínculo, y aquí están, como si no hubiese pasado nada. Al fin y al cabo, como dice Alberto, al menos ya no hay competencia.

Luis


Se mira en el espejo del café, tan moderno, con sus botas de piel de serpiente, la chaqueta de cuero, las patillas que casi le llegan a la boca y el tupé retro, o “vintage” como lo describe él. Se sienta en una mesa, solo, fotos de Italia en la revista, luz y sol y nadie que le acompañe. Pide un café, escribe un mensaje en el móvil, espera que le llamen o al menos le den una señal, pero el aparato sigue frío sobre el mármol. Esta vez no van a perdonarle, por fin empieza a entenderlo. Manda otro mensaje, insiste. En otro lugar alguien le ignora y llama a otra persona para contarle que está resistiendo la tentación del teléfono . En el café, a diez metros, suena una melodía machacona y la chica de gris suelta los papeles de su exposición para contestar y felicitar a su amiga, por fin libre. Luis mira el reloj, ha pasado un cuarto de hora. Las buenas vibraciones del lugar ya no funcionan y tiene que marcharse, dejando el café a medias.

Fernando


Se agacha detrás de la barra cuando ve pasar al hombre del tupé. Éste al pasar sólo ve un pelo canoso muy corto y una camisa que flota fuera de los pantalones. Hace mucho que no se ven y no quiere que sepa donde trabaja, tantos sueños de rock y chicas mientras tocaban canciones malísimas en el garaje y que al final quedaron en nada… Y eso que las cosas ahora van mejor, después de diez años en bares de mala muerte con olor a fritanga, barra manchada de cerveza y restos de servilletas en el suelo o en clubes gay donde le aceptaban por su aire andrógino a lo Bowie de los 70 del que no queda ya rastro. El café no está mal, y hay que pagar el estudio, la comida y las guitarras que compra compulsivamente porque cuando pronuncia las palabras Fender o Gibson se siente especial

El resto

El café bulle en la tarde de domingo, tres chicas juegan con una polaroid y observan a su alrededor, se diría que espían a cada persona que entra y se sienta, adivinando las conexiones ocultas, esos grados de separación que unen a la chica de gris con los gemelos o el hombre del tupé. Los observados se revuelven inquietos en sus asientos como si intuyeran algo, como si les estuvieran robando sus secretos.

jueves, octubre 09, 2008

Líneas y manos


Ayer era isla, surcos áridos, cruces estrechos
Interrumpidos,
Noche sin luna, sábana fría
Hoy, sentada en la cama, ve como se acerca
Extiende su brazo
Rodea el monte y se inclina
Tensión en dunas pequeñas
Huele los huecos, la línea de vida, y la sigue, la alarga
Araña, la cabeza se borra,
La huella en Venus, Marte se esconde, los ríos se juntan
Dedos, manos, lenguas, cuerpos
Sólo el principio
Infinito

Cuentos del Napapiiri

La mujer con dos relojes

Hace dos meses que volvió del lugar donde el sol extremo hiberna o no duerme, pero sigue allí, esté donde esté la calle se vuelve nieve, y refresca bajo el sol de octubre. Al llegar a casa abre su buzón gris pensando en otra persona que hará lo mismo, pero allí brillará rojo sobre el poste, una hilera de cuatro entre abetos. Hace dos meses que lleva dos relojes, a las once y a las cinco y media todos los días el mundo se para y suena el teléfono, con dos horas de diferencia, pero a la vez, las manecillas se encuentran y se miran en perfecta simetría, en Madrid y en Rovaniemi, y cerrando los ojos nota como los del otro la tocan.


El lago de Kemijärvi

Annuka nunca ha cruzado esa raya invisible que todo lo cambia, son las cuatro de la mañana, el horizonte luce con sordina, las sombras son largas. El sueño cae en gotas demasiado ligeras para mojar. Baja al borde del lago y mira el sol gemelo en el agua y el campanario estricto. Cuando era pequeña, un Santa Claus menos barrigón de lo que esperaba le dijo que tendría todo lo que deseara y esta noche, por fin, a pesar de lo que se fueron lejos, a la capital, se da cuenta de que es verdad

La vela del leñador

Salió corriendo, no pudo coger nada, aprovechando las llamas que cubrían toda la ciudad. Sabía lo que vendría después de aquello, todo arrasado y la venganza. Porque Karl llevaba el uniforme equivocado. Habían pasado 60 años y no le había vuelto a ver más que en sus sueños. No reconoció Rovaniemi. Decían que la habían reconstruido como un rompecabezas con forma de reno, pero desde el suelo todo eran geometrías blancas sobre verde. El Ounasjoqui se deslizaba bajo el puente, otra vez blanco sobre azul. En su centro dos troncos tocaban el cielo, y distinguió una luz entre ellos. Fuego como una vela, recuerdo de leñadores y faldas de colores. Se acercó al agua y miró el espejo. Detrás de ella su mano grande abrazó su hombro. Se dio la vuelta, no vio a nadie, pero sabía que estaba allí, que nunca se había marchado.

jueves, julio 10, 2008

Luz que agoniza



Algo se acaba, algo recuerdo.

Vértigo. Una mano fuerte que me agarra y me sostiene. Lo inestable se hace roca y puedo andar.

Portales oscuros donde manos juegan y se oyen risas

Humo, cigarrillos se consumen y el olor no molesta, me recuerda a besos y caricias

Dos que parecen niños abren un huevo de chocolate y lanzan el molinete al viento, bajo la luna

El embalse a nuestros pies, uno de muchos desde lo alto de la pared de hormigón. Miras a los lados. No viene nadie y tu mano se esconde dentro de mi escote. Me río con placer y vergüenza

Venecia queda atrás, los corazones de cristal se esconden,intactos, en el cajón, el mío está roto

Desde las profundidades del aparcamiento, como espías, emergemos bajo los focos. Vestidos ligeros cubren estrellas, smokings de hombres bajitos que creímos enormes alguna vez, pero yo sólo te veo a ti

Viento y música en un descapotable prestado. Y soy tan feliz yendo a Ávila como si fuéramos a París

Súbitos celos que alejan. Una puerta se cierra y cuesta mucho volverla a abrir

Masajes de sábado, mis manos recorren la piel suave que huele a jabón

Dos sombras traviesas juegan frente a un escaparate de París, noches de vino y jazz. Mañanas desayunando pasteles en terrazas de cristal.

"Nada es tan bonito como parece", te digo, "tú sí", me respondes.

Antes de mí, quince años. El pánico lo invade todo y quiero salir corriendo, pero ya no puedo

Me compras unas Doc Martens de charol en el Marais, isla de Londres en París, Me las pruebo sentada en un taburete de cuero, debajo de una foto de Suede

Te ayudo a decorar la primera casa en la que vas a vivir solo

Una reunión de verano en un despacho de moquetas grises, alguien observa con atención un hematoma en mi cuello.

Los tambores retumban, bullicio en el lago. Nunca me llevaste en una barca del Retiro

Vuelo en la moto, mi vestido flota, me agarro con tanta fuerza que creo que te hago daño. Un sello ardiente marca mi pierna al bajar.

Nuestra tercera cita casi fue la última. No me gustaste de verdad hasta el primer beso impulsivo en aquel coche rojo, tu bala coreana

Llegamos a la Acebeda, me enseñas la casa que construyó tu padre y un anciano se acerca, se acuerda de ti y tu familia, y flirtea conmigo. Finges estar ofendido de que quieran robarte la novia.

Mañana saltas en paracaídas. Vives la noche como si fuera la última. Y quieres vivirla conmigo

Escribimos una historia a medias. Tocas la guitarra mientras canto.

Una imprudencia. Estoy preocupada. Te emocionas buscando nombres posibles. Pareces contento. El alivio se tiñe de decepción.

Bajo la escalera del restaurante. Mi amiga está nerviosa y no sé por qué. Surges de la nada y saludas. Estás con otra. En nuestro bar

Me sacas una foto inquieta en un puerto francés, una vaca de los pirineos se acerca curiosa y voy vestida de rojo

Un comentario inocente y el mundo explota, inseguridad y miedo , el suelo bascula. No era yo la que quería discutir, sólo estaba cansada.

Un baile que llega tarde, me abrazas por detrás y nos movemos mientras Jay Jay Johanson susurra en el aire, tus labios se posan en mi cuello.

Me siento aparte, lejos de tu vida, tus amigos, tu familia, no sé que quieres ni por qué estás aquí pero siempre vuelves.

Mañanas de oficina aburridas, un correo saluda y todo cambia.

Te enfadas, te callas, desapareces, días de espera, me vuelven loca. Me hago cada vez más pequeña y creo que voy a desaparecer

Invitación a un viaje, ahora, y lejos, no puedo, maldito trabajo, y aún no sé que ya no habrá más.

Cosquillas perversas, sudor, roces con doble intención, pasión entre dos besos de mejilla. A medianoche todo vuelve a ser gris, como en el cuento

Estoy sola en mi sofá. Te echo de menos. Y ya no estarás

jueves, mayo 29, 2008

Casbah y rosquillas

“¡He dicho que no lo sé!” El grito de mi padre me clavó en el suelo. No entendía nada, sólo había preguntado en qué trabajaba el abuelo después de la guerra, ¡todo el mundo sabe en qué trabaja su padre! Pues no, mi padre no lo sabía.

Tenía muchos detalles de su infancia en Marruecos, en ese lugar que nunca supe deletrear y que sonaba mucho más exótico que Casablanca… Port Lyautey… Y de cómo el abuelo conoció a la abuela en España durante la Guerra Civil, y ella se enamoró del francés que venía a luchar por la libertad, pero después de unos años flotaba el vacío, sólo sabía que mi abuela había vuelto a Madrid, a casa de la Bisa, con sus hijos, nada más.

Me callé y me encerré en mi habitación, ofendida por la injusticia, y allí me quedé a oscuras hasta que mi madre entró sin hacer ruido, y abrazándome por detrás me dijo que la abuela se había divorciado y que papá no había visto al abuelo desde entonces. ¡Divorcio! Esa palabra que empezaba a oírse por las esquinas y sonaba a pecado y estrellas de cine. Y todo tenía sentido, una abuela que había estudiado derecho, bebía ron con coca-cola, fumaba y tenía fotos de actores dedicadas tenía que estar divorciada, era lo normal.

Todos los sábados le pedía una historia familiar, que ella creaba ante mis ojos con su v0z pausada y grave, sentada en el sillón con sus eternas blusas de lazo, su cuidada melena gris y esas joyas sin valor pero llenas de significados ocultos, mientras yo machacaba las rosquillas de naranja en un vaso de leche.

Allí estaba el bisabuelo, el profesor revolucionario que enamoró a la señorita hasta no importarle que la desheredaran por casarse con él. La tía bisabuela que se quedó sorda por nadar en un lago helado y fue repudiada por su novio. O los días previos al fusilamiento que le rompían la voz en cristales de agua.

Veía las fiestas con oficiales americanos, a mi padre hablando árabe antes de poder decir mamá o el hospital para palúdicos con ventanales a las dunas que bordeaban el océano, y me reía de su acento rugoso que arañaba las palabras francesas más exquisitas.

Desde que la recuerdo fue creadora de relatos que sonaban a cuento, en casas que yo imaginaba oscuras y en silencio entre sombras de muebles enormes y fue su mano la que guió a la niña francesa de Madrid a conocer a su otra familia, ésa que la consideraba española, pero la acogió en seguida cuando reconoció sus rasgos tan diferentes de los de su madre.

Luego crecí y lo olvidé todo, o eso me pareció. Hace unos meses ordenando uno de esos muebles, que en mi salón ya no dan miedo, vi un trozo de papel olvidado. Un grupo de señoritas vestidas de blanco miraban al frente en una playa de los años treinta. En la esquina una de ellas, la más alta y desgarbada, sonreía guiñando un ojo. Como siempre.

lunes, abril 21, 2008

Ojos

Cuatro páginas, la primera y la tercera son de una persona, la segunda y la cuarta de otra...adivinad....

En 1986 la pelirroja Emily Sanders todavía jugaba de vez en cuando con sus muñecas, aunque eso si, procuraba que nadie la viera. La adolescencia estaba tocando a su fin y tanto su cuerpo como su manera de hablar delataban que el candor y la inocencia muy pronto abandonarían su vida.

Serian cerca de las siete cuando del teléfono color turquesa que había en su cuarto empezó a emanar una pegadiza e infantil melodía. Emily no sabia quién era, no esperaba llamada de nadie, Robert el novio con el que tonteaba desde el colegio la había dejado por Kate Tiersen una rubia de la parte oeste del barrio, más mayor que ella y sobre todo con unos pechos mucho más grandes… habían pasado tres largos meses desde aquel final de la primavera, cuando Robert todavía le juraba amor eterno…

El verano todavía brindaba calor y luz, a pesar de que el otoño ya empezaba a dar avisos de su llegada.

-. ¿Diga?

-. Hola… Emily……

Una voz lenta y profunda emanaba del auricular. Emily nunca habia oido esa voz

-. No le conozco señor ¿Con quién hablo?

-. Mi nombre no importa Emily…

Emily se estremeció ligeramente y dejo de pestañear, aquella voz la intranquilizaba.

-. ¿Que quiere de mi?

-. Sólo que escuches lo que tengo que decirte

Emily se quedo muda por un momento. Después con voz titubeante respondió:

-. Oiga esto es muy raro, dígame quién es, esto no tiene gracia.

-. No pretendo tener gracia… Y ahora escucha atentamente…


Emily se encogió sobre si misma y agarro la colcha de su cama como si buscara un punto al que aferrarse. No pudo decirle nada a su interlocutor y aquel hombre sabia donde vivía y como se llamaba.

Despúes de unos pocos segundos de tenso silencio aquella voz volvió a emitir:

- Un dia cualquiera de tú vida mirarás hacia atrás, y ahí estaré yo. No me mires a los ojos… no lo hagas…

Emily se torno de un color más blanquecino, estaba asustada… aquella voz no era fingida, no había ningún atisbo de broma en la llamada. No pudo contestar nada, estaba paralizada y confundida. Antes de poder reaccionar escucho un “clack” por el auricular, quién quiera que fuese había colgado.

Un grito desde la planta de abajo le hizo dar un respingo, sobresaltada. Era sólo su madre llamándola para cenar. La oscuridad del pasillo que llevaba a la escalera de repente le parecían inquietante, como si pudiera haber alguien escondido allí dispuesto a saltar sobre ella. Hizo falta una gran fuerza de voluntad para cruzarlo. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué ella? Si su madre notó algo extraño en su cara no se lo dijo, últimamente estaba distraída, Emily sospechaba que por culpa de ese nuevo novio de sonrisa torcida, que reía con ruidos de hiena.


Durante unos días no ocurrió nada anormal, Emily siguió yendo al instituto como siempre, y el recuerdo de la voz empezó a ser un recuerdo brumoso en su mente, muy ocupada pensando en Robert y su nueva novia. El viernes llegó a casa furiosa, después de ver a los dos besándose con descaro delante de ella en la parada del autobús. Tiró los libros con rabia sobre la alfombra y se tiró sobre la cama, llorando.

Cuando el teléfono empezó a sonar, pensó, esperó, que fuera Robert arrepentido. Pero al otro lado sonó una voz totalmente diferente.

-. Hola…Emily….

Otra vez la voz de pesadilla

-. ¿Quien es? ¿Qué quiere?

-. Yo que tú no lloraría por Robert,es solo una pluma sin importancia y como tal será arrasado

-. Me está asustando, por favor, ¡déjeme en paz!

-. No puedo, Emily, te he elegido, eres mi misión

-. No quiero, por favor, déjeme…

-. No puede ser, estoy en todas partes, nunca me alejo, vigilo tu nuca, pero, recuerda, cuando decida presentarme, no mires mis ojos..

De nuevo el clic, el otro había colgado.

Emily se acostó en la cama y se cubrió, aterrada y temblando. No sabía que hacer ni a quien acudir. El fin de semana no salió de casa, no se atrevía a volver de noche sola, su calle estaba desierta después de anochecer y le daba vergüenza pedir que la acompañaran.

El lunes por la mañana llegó agitada a clase, vigilando su espalda a cada minuto. El corazón le latía con fuerza y cada sonido le erizaba el pelo en la nuca, pero no vio a nadie que pareciera sospechoso o que la mirara de forma diferente. Se sentó en su mesa mientras llegaban todos los demás y empezó a mirar por la ventana. Una sombra pareció esconderse detrás de un árbol, ¿o lo había imaginado? Siguió observando asustada hasta que empezaron las clases, y entonces se dio cuenta de algo: el asiento de Robert estaba vacío...
Las gotas resbalan por los enormes cristales del 1800 de Falls Street, fuera, la noche es una tela negra salpicada de pequeñas luces, seguramente de gente que vuelve a casa después de un largo día de trabajo. En el horizonte se pueden ver largos y arrítmicos flashes blancos, la tormenta ha decidido quedarse toda la noche sobre la ciudad. De vez en cuando el ruido de algún relámpago se oye de fondo, a lo lejos…

En el altísimo edificio para oficinas del centro, Emily contempla ensimismada la bella y perturbadora noche mientras sus manos sujetan un café y un cigarrillo, se pensó ligeramente afortunada… desde su despacho puede contemplar ese cuadro dinámico y además nadie puede reprocharle por fumar en el trabajo. Todos se han ido a casa ya y ella, una vez má,s se queda a terminar el trabajo.

Es uno de los valores más fuertes de su compañía, respetada y temida a partes iguales por sus compañeros de trabajo, sabe como hacer ganar mucho dinero a sus jefes. Claro que no le ha salido gratis, interminables horas de estudio en la universidad, trabajos mal pagados, jefes insufribles y poco tiempo para otra cosa que no fuera prepararse para ser la mejor.

Ha tenido recompensas, es verdad, un bonito apartamento en el exclusivo barrio de Golden Hills y un Lexus descapotable en el que deja lucir su hermoso pelo rizado y rojo todas las mañanas camino del trabajo. Sin embargo poco espacio hay en su vida para el amor, si acaso alguna aventura fugaz con algún chico joven de administración, alguna noche de pasión anónima en una convención lejos de su ciudad… nada serio y sobre todo nada que la comprometiera demasiado.

El corazón de Emily esta blindado y sellado, nada deja entrar que pueda perturbar su vida. De vez en cuando sufre un poco, pero logra reponerse, Paul estuvo cerca en aquellos días de universidad en los que los dos compartían almuerzos, vino y conversaciones bohemias, incluso llegaron a vivir juntos un par de meses pero luego todo desapareció con la distancia y el tiempo.

Aspira la última calada del cigarrillo, casi al borde de fumarse el filtro, también apura el último sorbo de café y se dice a si misma que lo dejará a las doce, mañana es viernes y no quiere estar demasiado cansada para el fin de semana. El sábado visita a su madre, algo que no le gusta demasiado, en realidad no le gusta demasiado volver a su pueblo natal, hace doce años que salio de allí, doce años de aquellas extrañas llamadas, doce años sin saber nada de Robert ni de su destino, doce largos años para olvidar aquél verano, que sin duda cambio el rumbo de su vida.

Vuelve sobre la pantalla de su ordenador, empieza a teclear rápidamente y sin dudar, lo que escribe hace tiempo que estaba en su cabeza. Revisa unos papeles que hay a su izquierda y decide quitarse esos caros y estrechos zapatos nuevos. Su despacho está sutilmente inundado por la música de una cantante negra, le encanta y la relaja. El repiqueteo del teclado es lo único que rompe la armonía del momento.

Pasa un rato mirando hacia el techo y estirando las cervicales, decide encender otro cigarrillo, desde fuera sólo se ve una suave y tenue luz que perfila la silueta de Emily, parece como si sólo ella existiera está noche. De repente una estúpida melodía suena desde su bolso, una luz transparenta y sale del fondo. Es su móvil, Emily rebusca entre los numerosos objetos y por fin lo localiza. “Seguro que es mi jefe” piensa y al oprimir la tecla verde una conocida voz surge del aparato. El rostro de Emily se desencaja.

-. Hola Emily… soy yo… te he seguido todo este tiempo y estoy orgulloso de ti. Te ha ido bien, ¿verdad? Hoy nos conoceremos por fin…, hoy se despejarán todas tus dudas, Emily. Pero recuerda…… “no me mires a los ojos”.

Mira la pantalla, pero sólo aparece “número desconocido” en ella. ¿Cómo ha conseguido su móvil? De repente vuelve a revivir la angustia y el miedo, y el sentimiento de culpa de saber que Robert desapareció por su culpa, que ella fue la responsable.

Intenta fijar la vista en el ordenador pero no puede concentrarse, cualquier ruido en la oficina vacía y a oscuras le acelera el pulso hasta el borde del infarto. Algo se ha movido a su espalda, está segura de ello, estira el cuello en tensión, intentando distinguir cada sonido, tuberías, zumbidos de fluorescentes, el motor del ordenador, su propia respiración agitada…pero hay algo más, y no se atreve a volver la cabeza y mirar. Ahí está otra vez, es un roce de zapatos en la moqueta, muy suave, desaparece, y al cabo de unos segundos vuelve. Está paralizada.

Por su derecha una sombra avanza, una silueta deformada por las luces de oficina y se detiene. Su dueño tiene que estar justo detrás de ella. La espera se hace interminable. Cierra los ojos….

Una caricia sube por su cuello hasta alcanzar su barbilla, sube por su cara, se detiene en su boca y sigue hasta su cuello. Y esa voz tan conocida y desconocida a la vez empieza a hablar, en susurros, cerca de su oreja.

-. Hola Emily, por fin nos encontramos, lo estabas deseando, ¿verdad? Mi obra, te he estado guiando todos estos años, la mujer perfecta, eficiente y fría en apariencia, y un volcán esperando en su interior… nada te podía apartar del camino, no podía permitirlo….

Ella cierra aún más los ojos, manchas blancas empiezan a distorsionar la negrura y nota las perlas de sudor en su frente. La cara de él está tan cerca de la suya que nota su calor.

-. Sabía que ibas a ser tú, que tú no me defraudarías, tú serías la definitiva….

Emily no puede más, no soporta más no saber, sus párpados se levantan y mira al frente, y lo que ve la deja helada, es una cara alargada corriente, pelo rubio corto y ralo, piel pálida, pero esos ojos…. Una vez que los has mirado no puedes salir, esos ojos han visto demasiado, el sufrimiento, miedo, los gritos de mujeres resuenan en su cabeza, han absorbido el horror, el infierno, y aunque inmediatamente cierra los ojos otra vez, ya es demasiado tarde, no puede dejar de ver, ni de oír, lágrimas caen, silenciosas.

La voz junto a ella ya no es tranquila, ni profunda, chirría con odio.

-. ¿Por que lo has hecho, Emily? Te advertí que no lo hicieras, te lo iba a dar todo pero eres como las otras…

Pero ella ya no escucha, su mente está perdida entre los gritos y el llanto, y casi ni nota como las manos se cierran alrededor de su cuello y empiezan a apretar….
Jorge y Christine

domingo, marzo 23, 2008

Vete, no te vayas
No aparezcas de pronto ni te escondas deprisa
Habla, no hables
Olvida las frases entre hielos vacíos
Mira, no mires
No salgas corriendo mientras brillan tus labios
Toca, no toques
No me acaricies la cara si estás tan lejos
Aniquila este caos, no me dejes morir

jueves, marzo 06, 2008

Dormir y soñar

El hombre en la luna

Nació cuatro años antes de tiempo pero la luna es su signo. Ya lo decían sus padres cuando le veían pegar la nariz a la televisión en blanco y negro, una de las pocas que había en el pueblo, mientras se oían las voces entrecortadas y las rayas envolvían el alunizaje en brumas de película de clase B. Y quería llegar igual de lejos, allí donde todo es posible

La gente feliz brilla

Cuando pasea por los caminos helados de enero o trabaja en el campo, recogiendo aceitunas, se siente feliz, se agacha y coge un puñado de tierra, la huele, mezcla de humedad y vida oculta, juega con la textura que araña y cruje. Y aunque hoy el aire lechoso esconda el sol, no importa, tarde o temprano siempre vuelve.

Molinos y gigantes

La política corrompe, te eleva por encima de todos y te olvidas de ellos, del futuro que querías, de lo que buscabas, eso si no te encuentras con un idealista, caballero de Castilla la Vieja dispuesto a cambiar todo lo que falla, o lo que pueda, al menos, sin dolor, suavemente. Aunque alguien dijo que todo el mundo hace daño alguna vez, él nunca lo hará deliberadamente. Los espíritus, esos que nadie más que él puede ver, están de su lado. Nunca menosprecies al adversario pequeño.

Canción sin título número 11

Enciende la radio, y escucha con atención, manos largas sobre pianos o púas rasgando guitarras, un océano en que bucear en busca de nuevas pasiones. Las ondas le envuelven y los trabajos se olvidan, quedan trozos de veranos, montañas, escenarios y gente bailando, pasado y futuro se funden y cuando la música cesa, la magia sigue creciendo en su cabeza

Mapas y leyendas

Miro el mapa con ojos de ingeniero urbanita, veo carreteras y ciudades, asfalto y hormigón y de pronto mis ojos se paran en un punto minúsculo dentro de una mancha verde, allí donde una carretera que parece que no va a ninguna parte da una vuelta en herradura y vuelve al punto de origen. Y miro más lejos, me imagino la Fuente del Almendro, los puentes de piedra sobre aguas de fondos nítidos o las fogatas para asar las castañas, cortejos fúnebres que unen a todo un pueblo aunque espadas de hielo bordeen el camino y leyendas que me gustaría conocer.

Sitios distintos

Los miércoles son especiales. No importa lo que seas fuera de clase o del bar, aquí solo somos amigos diferentes charlando y riendo, en busca de un abrazo, bebiendo vinos o cerveza, pidiendo comida como si lleváramos días de ayuno, por favor, que algo sea sin gluten, por sitios de Malasaña que nunca había pisado. Las confidencias pelean unas con otras, se hacen un hueco, y fraguan en cemento irrompible. Las rosas nocturnas tardan semanas en marchitarse y recibes regalos inesperados, aunque la mala memoria juegue malas pasadas: A veces una caja de CD vacía vale mucho más de lo que parece….
Para Pablo...

jueves, febrero 07, 2008

Sinergias

Cogimos la manilla del taxi al mismo tiempo, en inquieta sincronía. Llevábamos más de diez minutos esperando, observándonos con la desconfianza del adversario que nos quiere quitar lo que más necesitamos. Los dos pedimos excusas, pero teníamos mucha prisa, los dos íbamos a perder el vuelo, los dos íbamos al aeropuerto. Subimos al taxi sellando una tregua.

El conductor arrancó y enfiló la avenida. Treinta minutos para llegar o sería demasiado tarde. Al primer giro paramos en seco. Una fila interminable de coches en un embudo de zanjas y maquinaria. Un caos de klaxons y gritos. Inconscientemente empecé a retorcerme el pelo. Mi compañero se movió, estirando el cuello, pero no miraba por la ventana, sus ojos se habían desviado, varados en la sombra de mi escote. El taxista empezó a maldecir y tras maniobras furiosas se coló por una callejuela lateral.

Mi mano pasó del pelo al collar que colgaba frío dentro de la camisa. Tenía calor. Un semáforo en rojo, y un frenazo nos impulsó hacia delante. Peatones pasando, hormigas en mi estómago. Junto a mí, una boca sonrió con descaro, levantando la comisura izquierda ligeramente, en un guiño sutil. La calle serpenteó, moviéndose deprisa, intentando huir de semáforos que se empeñaban en enrojecer como mi cara. ¿Por qué se había levantado tanto mi falda al entrar? Las medias de rejilla dejaban entrever casi todo el muslo.

Un taxi se paró delante de nosotros e intenté fijar la vista en los pasajeros que bajaban con calma: un hombre canoso y una señora con bastón. La eternidad se hizo instante mientras notaba una mano rozar mi pierna, que se negó a apartarse. Alcanzamos la autopista, sólo cinco minutos y el aeropuerto estaría a la vista. Pero yo ya no quería llegar.