jueves, octubre 25, 2007

El juego

La hoja revoloteó, los párrafos estrictos se posaron livianamente en el suelo, firmas confusas sellaban el pacto. Intenté fijar la vista en las letras negras que se agolpaban en ella como arañas para no pensar, mientras levantaba la mano y me preparaba. Tras el frío contacto sólo se oyó un clic armónico en el silencio agitado. Un suspiro unánime flotó en el humo, relajando la tensión.

La mujer de rojo me hizo una mueca que otro hubiera tomado por una sonrisa.

La apuesta se dobló.

Frente a mí, la cara del adversario brillaba, una gota recorrió su cara y se estrelló en la oscuridad. Sus ojos parpadearon con asombro, preguntándose seguramente cómo el azar había podido torcer su destino de aquella manera. Por un momento pensé que su dedo convulso no sería capaz de apretar el gatillo.

La mujer de rojo se había colocado a su espalda, la luz de la pared formaba un halo protector a su alrededor. El fulgor de sus ojos tembló y se desbordó en ríos de carbón.

Una mano se posó en mi hombro y levanté la vista. Una boca ávida, de dientes perfectos, me sonrió con complicidad, sentí escalofríos y por un momento casi me arrepentí.

La explosión desplazó la mesa unos centímetros. Miles de gotas marcaron la trayectoria del cuerpo al desplomarse a cámara lenta. Casi al mismo tiempo, el fantasma de rojo cayó de rodillas sin un ruido.

Me levanté despacio y agarré el maletín con el millón de euros. Pesaba poco, importaba poco. Debía cumplir el pacto y pagar el precio de mi venganza. Ella había visto morir a su amante y yo había perdido mi alma. En casa me esperaba un cargador y esta vez estaría completamente lleno.

miércoles, octubre 17, 2007

Hiperbreves en Nueva York

Bryant Park

Cítaras misteriosas suenan más allá del mar de hierba . Un oasis en la calle 42, sol radiante y sillas verdes. Ella está recostada en una de ellas, lleva gafas de sol, no sé si tiene los ojos cerrados, parece dormida. Él se acerca desde atrás entre la alfombra de hojas, se para y se inclina. Le susurra algo al oído y ella sonríe. Él se aleja y pasa de largo junto a las tres amigas que se están fotografiando, una de ellas le mira y sonríe también.

Las Damas de Murray Hill

Tiene 90 años por lo menos, junco estirado de labios rojos perfectamente perfilados y melena rubia corta y moderna. Viste de negro elegante, roto por un chal rosa enrollado con falso descuido sobre los hombros. Intercambia frases contundentes con sus amigas, se encuentra con ellas todas las mañanas y discuten las últimas noticias de la ciudad. Nunca se casó, valoraba demasiado su independencia y no se arrepiente.

Batman

El príncipe de Gotham existe, viste un traje de lycra relleno de goma espuma y es más bajito que mi héroe de linterna bajo las sábanas. Aparece de la nada sudando en la tarde ardiente e inicia tímidamente unos pasos de baile ante la orquesta callejera. Ritmo cubano y mujeres rotundas a ritmo vertiginoso le rodean y empieza a moverse con gracia, cada vez más rápido. ¿Quién dijo que Batman era siniestro?

SoHo y Chinatown

Paseas por calles estrellas, edificios industriales reconvertidos en tiendas de moda y todo es bullicio limpio y glamour. Quizás en un tiempo fue bohemio, artistas de vida precaria intentaban despuntar, pero los tiempos ahora son distintos. Y, de repente, la calle Mercer desemboca en Canal y todo cambia, huele a comida china, palabras extrañas inundan tu cabeza y las tiendas de sueños falsos invaden las aceras, los barrios, la ciudad entera, la marea crece, imparable.

Amigos

Se da la vuelta en la cama, otra vez, parece que con cada pensamiento recurrente tiene que girarse, como si eso le ayudara a dar la espalda al recuerdo, al vacío y a la sensación de haberse equivocado una vez más, como siempre. No puede evitar llorar, intenta que no la oigan, y le duele el esfuerzo. Y cuando va a levantarse para esconderse en el minúsculo baño de hotel, nota una mano en su brazo, una caricia suave sin palabras, y deja de sentirse sola y fría.

Pepe Grigio

Una pequeña puerta acristalada se abre, un pasillo estrecho y entran en un patio naranja, con fotos antiguas en las paredes de actores italianos comiendo pasta. Se sientan en una esquina de enormes plantas. Las azucenas del jarrón acarician su cara y huelen tanto que casi marean. Los mosquitos pican, y, a través del tejado de cristal, se ven la luna llena y los viejos edificios de Chelsea. Fuera la ciudad, dentro un jardín que invita a confidencias.

Pajaronas en Manhattan

Tres pájaras sobrevuelan Manhattan. La primera parece Jane Avril a punto de bailar el Can Can en el París de Toulouse Lautrec, mechones rizados y largas faldas de vuelo que se indignan porque sólo ven estrellas de espaldas. La segunda es una mujer flor de Dalí, elegante en cuatro trazos, la gente la adora, pero ella no se da cuenta porque le da la espalda. La tercera es una Odalisca de Matisse, de pose indolente. Parece relajada, pero ¿sabemos realmente lo que está pensando? Son diferentes, pero se ríen mientras comen en un restaurante de brillante modernidad.

Brujas de varios colores

Las brujas de Nueva York son multicolores. Las hay verdes, incomprendidas de corazón sensible, perdidas por Broadway. Otras son blancas y no son conscientes de lo que han perdido en el camino. Pero si paseas por la calle 32, puedes entrar en una pequeña sala oscura y dejar que una bruja moderna y corta de vista te lea la mano mientras los santos de las paredes te miran y el teléfono suena sin parar.

Taxis en flor

El taxi se para. El capó no es amarillo, flores azules y rosas lo cubren por completo. Por dentro está viejo y huele a humo. El paso bajo el túnel es duro, el motor renquea, parece que se va a parar en cualquier momento y el atasco fuera no es más tranquilizador. El conductor es negro y parece preocupado, el precio cerrado no le va a resultar muy rentable hoy, y parece que necesita el dinero. Por un momento pienso que no vamos a llegar a tiempo al aeropuerto, pero me equivoco. Cuando el taxista ve la propina sonríe, da las gracias y desea buen viaje. Y creo que lo dice de verdad.

jueves, octubre 11, 2007

Río abajo

Me dijiste adiós desde el puente de piedra. Bajé la vista para que no me vieras llorar y el reflejo de tu mano tembló sobre la superficie del Miera que tanto amabas, te diste la vuelta y me dejaste atrás. Estaba segura de que Bilbao, bulliciosa ciudad de tentaciones y sirenas, te atraparía en sus redes y tú, mi aprendiz de carpintero de manos grandes y ojos grises, no volverías más.

Un día de luz glacial oí los susurros en la plaza del Mercadillo y supe la verdad, la tarde de risas y amigos la víspera de San Juan en el mar de mis noches de infierno, los gritos, la búsqueda en vano y el vacío. El luto se convirtió en mi amante, al que cuidaba con mimo, mi coraza frente a los hombres y la vida hasta que llegaron noticias del sur, del Cádiz soleado de flores rojas.

Unas redes sorprendidas de su hallazgo te devolvieron a mí, una única palabra mágica que pronunciaste, “Liérganes”, te trajo de nuevo al valle, pero ya no eras tú, sino un espíritu resbaladizo de largos silencios, incapaz de demostrar tu afecto, ni una caricia, ni un beso. Tus pies descalzos flotaban hasta el puente, y, varado en el centro, mirabas el río durante horas, inclinándote hacia el lecho cada día más, con la mano estirada.

No sé si te caíste o te lanzaste, hace dos años que nadie ha visto tu imagen ausente, pero yo no te olvido, sentada en la orilla con los pies en el agua, de vez en cuando un salmón apresurado roza mi piel y pienso que es tu mano, fuerte y arrugada, que me acaricia desde el fondo



"Su proeza atravesando el océano
del norte al sur de España,
si no fue verdad mereció serlo.
Hoy su mayor hazaña
es haber atravesado los siglos
en la memoria de los hombres.
Verdad o leyenda,
Liérganes le honra aqui y patrocina
su inmortalidad.."
(Inscripción en el paseo de El Hombre Pez en Liérganes, Cantabria)