martes, septiembre 04, 2007

Paseo de la Castellana

Calor, humo, ruido de coches, el caos de la ciudad me envuelve mientras me dirijo a la plaza de Colón. Un kilómetro más, si el dolor del pie me lo permite, y podré coger el autobús. Sólo llevo 10 minutos y ya me arrepiento de haber puesto a prueba mi resistencia.

El sol se cuela entre las hojas del bulevar. Voy de mancha dorada en mancha dorada, cruzando un río de tierra.

El semáforo empieza a parpadear unos metros más adelante y por un momento olvido el tendón de Aquiles y me lanzo a correr hasta que noto un chasquido y un dolor lacerante. Empiezo a cojear, tendré que coger el autobús antes de tiempo. Un cruce más y se acabó la marcha.

En éste no hay semáforos, sólo un par de filas de coches nerviosos rugiendo y pitando. El ejecutivo del BMW parece que va a tener un ataque. Tiene la cara roja como la grana y suda sin parar.

Entonces la veo, una madre sentada al volante con su hija detrás. Es joven, no creo que llegue a 35 y no parece agobiada como los demás conductores. Ella me ve intentando sortear los coches y me sonríe. Su mano se levanta en un leve gesto de saludo. No la conozco, estoy segura, pero tengo que sonreírle de vuelta, es inevitable. Su mirada me sigue mientras zigzagueo, y el pie ha dejado de doler