lunes, diciembre 10, 2007

ISLAS

Óleo

El salón era minimalista de renta exigua, pocos muebles desnudos y recién caídos al suelo. Frente a mí, bajo el ventanuco que daba a la calle, la nada inmensa. “Una pared aburrida”, me dijo. Sólo blanco y zapatos corriendo. Y le abrí una ventana a un sol de óleo denso en rojo indefinido. Él solía decirme que era su ventana al mundo.

Silencio

Un día quedó encerrado en tapas de CD, con grandes mayúsculas descuidadas. Recuerdos de sol, viento en la cara, frío y canciones en un descapotable con bronquitis y arrugas. La música suena entre los pinos y te sientes como una estrella de estela vaporosa al cuello y el pelo alborotado. Canciones que ya no llenan el aire muerto.

Rostros


En algún lugar hay fotos escondidas en un cajón. Llave echada, historia antigua. Un brazo rodea un hombro, una cabeza se gira hacia un rostro sonriente y le mira con orgullo. Parecen en equilibrio inestable, a punto de caerse. No me acuerdo de quien hizo la foto, de todas formas ya no importa. Se equivocan los que piensan que fotografiar a alguien es robarle el alma.

Cuentos


La estantería estaba vacía. Un muñeco con las piernas colgando me miraba fijamente. Las pestañan le caían con tristeza sobre los ojos azules. “Está solo”, me dijo Adela. Pero yo traía algo bajo del brazo. Abrí el primer libro, un universo naïf explotó ante nuestros ojos mientras el cuento crecía. Ahora está colocado en su sitio, una diagonal de color acompaña al muñeco.


Miedo


La película se quedó en su casa, con los escalofríos, los gritos y las excusas para agarrar al otro, en el salón a oscuras, bajo una manta. Otra parte de mí que vive otra vida en la ciudad, islas que son y no son yo.

Un bar

Hoy he regalado mi última isla: un poema pensado despacio, escrito deprisa, en una servilleta. Lo he dejado junto a tu brazo en la barra del bar, el tercer taburete por la izquierda como cada lunes, la misma arruga preocupada en la frente.

Te observo escondida en la mesa de la esquina, el humo empaña mis gafas y convierte la sala en un mar nocturno cortado por manchas de luz. Temo que mi isla acabe en la papelera con las servilletas sucias y los restos de comida. Pero tu cabeza se gira, alargas la mano y coges el papel. Mi cara se quema mientras lees y empiezas a moverte. Mis ojos se fijan en la vela que arde inmóvil, casi no respiro. La llama se agita, el temblor se contagia, mis piernas flaquean, el tiempo se para, tus labios se mueven. “¿Puedo sentarme?”

jueves, noviembre 08, 2007

La muerte y la doncella

Rozaré tu espalda cuando no mires
Agujas de acero despertarán tu cuello
Escalofrío oculto en sábanas rojas

Buscarás el aliento derrochado en bruma
Las voces eternas intentarán mecerte
Mentiras que intenten cerrar la sima

Rastrearás la luz en los ojos cerrados
Nariz envidiosa, perfume ausente
Las grietas del alma se harán agua

Perforaré tu herida, mano helada
Con impaciencia hilaré la espera
Y quizás sientas miedo, dolor o furia

Pero yo te he escogido
Y aunque los otros te sientan fría y tierra
Conmigo serás fuego y muerte

sábado, noviembre 03, 2007

Nucas

ELLA

Miras por la ventana del avión. Tu reflejo parece perdido en la oscuridad. No sé donde leí una vez que las personas con labios finos no son de fiar. Los tuyos no lo son pero desde hace tiempo lo parecen, con esa forma de apretarlos hasta que se quedan sin sangre. Tu nuca se inclina ligeramente intentando captar algo en la noche, emerge blanca de la camisa de lino azul. Cómo me gustaba soplar sobre ella y ver como se erizaban esos cabellos que sobresalían apenas medio centímetro de la raíz... Y no podía evitar besarla muchas veces, besos ligeros con olor a jabón mientras tus brazos me atraían hacia tu espalda. Pero eso fue antes de los súbitos cambios de humor, los celos y la furia. Prefiero esconderme en las fotos de la revista, pensar abre una herida en mi estómago.

El chico sentado a mi derecha me ha sonreído mientras encendía mi luz. Ha supuesto que mi concentración en la revista se debía a la oscuridad de la cabina. Es increíble como un desconocido puede hacerte sentir bien con un gesto tan pequeño. Me quedo mirando fijamente ese cuello fino de rizos largos que acarician una nuca estudiosa volcada sobre un libro de urbanismo en alemán.

ÉL

No aguanto más. ¿Por qué se ríe sólo cuando habla con los miles de amigos que tiene? En el momento en que apaga el móvil vuelve ese gesto dramático a su cara, de Ofelia herida que no soporto. Hace como si leyera la revista pero sé que está mirando al chico de al lado. Hija de puta.... se cree que no me doy cuenta de que me compara con cualquiera. Se deshace en sonrisas porque le ha encendido la lámpara. Otro tipo intentando pillar ligue barato en un avión y ella le sigue el juego. ¡Cómo me apetece estrujar esa nuca hasta romperla, cómo disfutaría oyendo ese crujido liberador!

EL OTRO

Otra vez con retraso, voy a llegar tardísimo a Madrid y seguro que me perderé buscando la casa de Jan. ¡Qué calor hacer! No hay quien se concentre en el libro, creo que mejor lo dejo y le pido a esa azafata tan amable de cuello de cisne un zumo bien frío. Es bajita, y su pelo es tan corto como el de un chico pero sus ojos sonríen de verdad.

Me encanta observar a la gente mientras viajo sobre todo si dispongo de varias horas. La pareja sentada a mi lado parece enfadada. Él mira por la ventana pero esa nuca potente está en tensión, sus hombros no están relajados y su mano tiembla un poco, seguro que es un fumador empedernido con síndrome de abstinencia. Y ella parece triste, su cuello se inclina con sometimiento.... Lleva bastante tiempo sin pasar la página de la revista, no sé si es que no ve bien o que su mente está en otra cosa. ¡Menuda mirada asesina me ha lanzado el neanderthal sólo porque le he encendido la lámpara a su mujer! Da escalofríos....

LA OTRA

Debería haberlo previsto. Cuando pasé por su lado con el carrito tuve un mal presentimiento. La nuca elegante de la mujer parecía tan frágil bajo el moño informal mientras se giraba y sonreía al estudiante ... La sombra amenazadoramente azul del marido al mirarla me encogió el estómago. Pero estaba ocupada y se me fueron de la cabeza enseguida. Debería haber hecho algo pero sólo pude quedarme paralizada por el crujido mientras mis manos protegían mi nuca congelada.

viernes, noviembre 02, 2007

Principio.

El tránsito de nacer....

Sueño en el mar encogido
Oscuridad cálida y húmeda
Temblores, silencio blando
Dos corazones suenan
Un rumor crece, llamada urgente
Y me acerco con miedo y con prisa
Dos manos tendidas se asoman
Abren la puerta y resbalo
El mundo verde da frío
Brazos y labios me rozan
Un corazón solitario suena, y lloro

jueves, octubre 25, 2007

El juego

La hoja revoloteó, los párrafos estrictos se posaron livianamente en el suelo, firmas confusas sellaban el pacto. Intenté fijar la vista en las letras negras que se agolpaban en ella como arañas para no pensar, mientras levantaba la mano y me preparaba. Tras el frío contacto sólo se oyó un clic armónico en el silencio agitado. Un suspiro unánime flotó en el humo, relajando la tensión.

La mujer de rojo me hizo una mueca que otro hubiera tomado por una sonrisa.

La apuesta se dobló.

Frente a mí, la cara del adversario brillaba, una gota recorrió su cara y se estrelló en la oscuridad. Sus ojos parpadearon con asombro, preguntándose seguramente cómo el azar había podido torcer su destino de aquella manera. Por un momento pensé que su dedo convulso no sería capaz de apretar el gatillo.

La mujer de rojo se había colocado a su espalda, la luz de la pared formaba un halo protector a su alrededor. El fulgor de sus ojos tembló y se desbordó en ríos de carbón.

Una mano se posó en mi hombro y levanté la vista. Una boca ávida, de dientes perfectos, me sonrió con complicidad, sentí escalofríos y por un momento casi me arrepentí.

La explosión desplazó la mesa unos centímetros. Miles de gotas marcaron la trayectoria del cuerpo al desplomarse a cámara lenta. Casi al mismo tiempo, el fantasma de rojo cayó de rodillas sin un ruido.

Me levanté despacio y agarré el maletín con el millón de euros. Pesaba poco, importaba poco. Debía cumplir el pacto y pagar el precio de mi venganza. Ella había visto morir a su amante y yo había perdido mi alma. En casa me esperaba un cargador y esta vez estaría completamente lleno.

miércoles, octubre 17, 2007

Hiperbreves en Nueva York

Bryant Park

Cítaras misteriosas suenan más allá del mar de hierba . Un oasis en la calle 42, sol radiante y sillas verdes. Ella está recostada en una de ellas, lleva gafas de sol, no sé si tiene los ojos cerrados, parece dormida. Él se acerca desde atrás entre la alfombra de hojas, se para y se inclina. Le susurra algo al oído y ella sonríe. Él se aleja y pasa de largo junto a las tres amigas que se están fotografiando, una de ellas le mira y sonríe también.

Las Damas de Murray Hill

Tiene 90 años por lo menos, junco estirado de labios rojos perfectamente perfilados y melena rubia corta y moderna. Viste de negro elegante, roto por un chal rosa enrollado con falso descuido sobre los hombros. Intercambia frases contundentes con sus amigas, se encuentra con ellas todas las mañanas y discuten las últimas noticias de la ciudad. Nunca se casó, valoraba demasiado su independencia y no se arrepiente.

Batman

El príncipe de Gotham existe, viste un traje de lycra relleno de goma espuma y es más bajito que mi héroe de linterna bajo las sábanas. Aparece de la nada sudando en la tarde ardiente e inicia tímidamente unos pasos de baile ante la orquesta callejera. Ritmo cubano y mujeres rotundas a ritmo vertiginoso le rodean y empieza a moverse con gracia, cada vez más rápido. ¿Quién dijo que Batman era siniestro?

SoHo y Chinatown

Paseas por calles estrellas, edificios industriales reconvertidos en tiendas de moda y todo es bullicio limpio y glamour. Quizás en un tiempo fue bohemio, artistas de vida precaria intentaban despuntar, pero los tiempos ahora son distintos. Y, de repente, la calle Mercer desemboca en Canal y todo cambia, huele a comida china, palabras extrañas inundan tu cabeza y las tiendas de sueños falsos invaden las aceras, los barrios, la ciudad entera, la marea crece, imparable.

Amigos

Se da la vuelta en la cama, otra vez, parece que con cada pensamiento recurrente tiene que girarse, como si eso le ayudara a dar la espalda al recuerdo, al vacío y a la sensación de haberse equivocado una vez más, como siempre. No puede evitar llorar, intenta que no la oigan, y le duele el esfuerzo. Y cuando va a levantarse para esconderse en el minúsculo baño de hotel, nota una mano en su brazo, una caricia suave sin palabras, y deja de sentirse sola y fría.

Pepe Grigio

Una pequeña puerta acristalada se abre, un pasillo estrecho y entran en un patio naranja, con fotos antiguas en las paredes de actores italianos comiendo pasta. Se sientan en una esquina de enormes plantas. Las azucenas del jarrón acarician su cara y huelen tanto que casi marean. Los mosquitos pican, y, a través del tejado de cristal, se ven la luna llena y los viejos edificios de Chelsea. Fuera la ciudad, dentro un jardín que invita a confidencias.

Pajaronas en Manhattan

Tres pájaras sobrevuelan Manhattan. La primera parece Jane Avril a punto de bailar el Can Can en el París de Toulouse Lautrec, mechones rizados y largas faldas de vuelo que se indignan porque sólo ven estrellas de espaldas. La segunda es una mujer flor de Dalí, elegante en cuatro trazos, la gente la adora, pero ella no se da cuenta porque le da la espalda. La tercera es una Odalisca de Matisse, de pose indolente. Parece relajada, pero ¿sabemos realmente lo que está pensando? Son diferentes, pero se ríen mientras comen en un restaurante de brillante modernidad.

Brujas de varios colores

Las brujas de Nueva York son multicolores. Las hay verdes, incomprendidas de corazón sensible, perdidas por Broadway. Otras son blancas y no son conscientes de lo que han perdido en el camino. Pero si paseas por la calle 32, puedes entrar en una pequeña sala oscura y dejar que una bruja moderna y corta de vista te lea la mano mientras los santos de las paredes te miran y el teléfono suena sin parar.

Taxis en flor

El taxi se para. El capó no es amarillo, flores azules y rosas lo cubren por completo. Por dentro está viejo y huele a humo. El paso bajo el túnel es duro, el motor renquea, parece que se va a parar en cualquier momento y el atasco fuera no es más tranquilizador. El conductor es negro y parece preocupado, el precio cerrado no le va a resultar muy rentable hoy, y parece que necesita el dinero. Por un momento pienso que no vamos a llegar a tiempo al aeropuerto, pero me equivoco. Cuando el taxista ve la propina sonríe, da las gracias y desea buen viaje. Y creo que lo dice de verdad.

jueves, octubre 11, 2007

Río abajo

Me dijiste adiós desde el puente de piedra. Bajé la vista para que no me vieras llorar y el reflejo de tu mano tembló sobre la superficie del Miera que tanto amabas, te diste la vuelta y me dejaste atrás. Estaba segura de que Bilbao, bulliciosa ciudad de tentaciones y sirenas, te atraparía en sus redes y tú, mi aprendiz de carpintero de manos grandes y ojos grises, no volverías más.

Un día de luz glacial oí los susurros en la plaza del Mercadillo y supe la verdad, la tarde de risas y amigos la víspera de San Juan en el mar de mis noches de infierno, los gritos, la búsqueda en vano y el vacío. El luto se convirtió en mi amante, al que cuidaba con mimo, mi coraza frente a los hombres y la vida hasta que llegaron noticias del sur, del Cádiz soleado de flores rojas.

Unas redes sorprendidas de su hallazgo te devolvieron a mí, una única palabra mágica que pronunciaste, “Liérganes”, te trajo de nuevo al valle, pero ya no eras tú, sino un espíritu resbaladizo de largos silencios, incapaz de demostrar tu afecto, ni una caricia, ni un beso. Tus pies descalzos flotaban hasta el puente, y, varado en el centro, mirabas el río durante horas, inclinándote hacia el lecho cada día más, con la mano estirada.

No sé si te caíste o te lanzaste, hace dos años que nadie ha visto tu imagen ausente, pero yo no te olvido, sentada en la orilla con los pies en el agua, de vez en cuando un salmón apresurado roza mi piel y pienso que es tu mano, fuerte y arrugada, que me acaricia desde el fondo



"Su proeza atravesando el océano
del norte al sur de España,
si no fue verdad mereció serlo.
Hoy su mayor hazaña
es haber atravesado los siglos
en la memoria de los hombres.
Verdad o leyenda,
Liérganes le honra aqui y patrocina
su inmortalidad.."
(Inscripción en el paseo de El Hombre Pez en Liérganes, Cantabria)

martes, septiembre 04, 2007

Paseo de la Castellana

Calor, humo, ruido de coches, el caos de la ciudad me envuelve mientras me dirijo a la plaza de Colón. Un kilómetro más, si el dolor del pie me lo permite, y podré coger el autobús. Sólo llevo 10 minutos y ya me arrepiento de haber puesto a prueba mi resistencia.

El sol se cuela entre las hojas del bulevar. Voy de mancha dorada en mancha dorada, cruzando un río de tierra.

El semáforo empieza a parpadear unos metros más adelante y por un momento olvido el tendón de Aquiles y me lanzo a correr hasta que noto un chasquido y un dolor lacerante. Empiezo a cojear, tendré que coger el autobús antes de tiempo. Un cruce más y se acabó la marcha.

En éste no hay semáforos, sólo un par de filas de coches nerviosos rugiendo y pitando. El ejecutivo del BMW parece que va a tener un ataque. Tiene la cara roja como la grana y suda sin parar.

Entonces la veo, una madre sentada al volante con su hija detrás. Es joven, no creo que llegue a 35 y no parece agobiada como los demás conductores. Ella me ve intentando sortear los coches y me sonríe. Su mano se levanta en un leve gesto de saludo. No la conozco, estoy segura, pero tengo que sonreírle de vuelta, es inevitable. Su mirada me sigue mientras zigzagueo, y el pie ha dejado de doler

viernes, mayo 25, 2007

El soplo en el corazón

EL SOPLO EN EL CORAZÓN

Las noches de Cabiria

No me gusta ir sola al cine. Ya lo sé, todo está oscuro y tienes que fijar toda tu atención en una pantalla, pero me siento mejor si tengo el calor de la compañía compartiendo una historia. Tengo cuarenta y dos años y muchas inseguridades por resolver de las que soy demasiado consciente. Cuando entro en la sala voy encogida, como intentando esconderme para que nadie me vea, abrumada por la vergüenza de la soledad.

Esta tarde la Cabiria de Fellini me sonríe desde las cristaleras de la entrada, vestida de rojo bajo las luces de un foco. No es una foto, sino un dibujo, quizás incluso una caricatura. Una prostituta ingenua y patética, eternamente abandonada y despreciada y que a pesar de todo siempre consigue levantarse con la fuerza de su imaginación. Y pese a la tristeza que siempre me invade al ver esa película, no puedo evitar sentir envidia por esa esperanza inquebrantable, aunque esté profunda y escondida, como los posos del café.

Mesas separadas

Tarde de domingo, fría y lluviosa. El cielo pesa como el plomo sobre mi cabeza, asfixiante. Necesito evasión y compañía, aunque sea en la oscuridad de terciopelo rojo con aroma de ambientador barato. Hoy en el cine de reestreno toca clásico en blanco y negro de nuevo, personajes solitarios y mentes estrechas. Hombres y mujeres respetables que esconden secretos, puritanos intolerantes y prejuicios pacatos.

No puedo evitar escrutar disimuladamente a los que se sientan a mi lado. Y ahí estás, rígido y serio, vestido con chaqueta y pantalones informales pero tan solemne como si llevaras chaqué, con un aire al David Niven de la pantalla, digno y vulnerable, y me pregunto si tú también serías capaz de tocarme en la impune oscuridad.

Los pájaros

El miedo a lo incomprensible. El caos inexplicado que provoca un escalofrío en la espina dorsal. Una descarga de adrenalina durante dos horas y la esperanza de que todo sea ficción al salir del cine, que los pájaros no se hayan rebelado contra la estúpida humanidad. Hoy has vuelto, al mismo sitio, un mes después. Y a pesar de que con toda seguridad todos en la sala ya conocemos la película, sigues sin pestañear las aventuras de la rubia protagonista, estilizada y elegante como no seré jamás.

Aprovecho cualquier sobresalto para rozarte con mi mirada. Tu nariz es ligeramente aguileña y la tensión hace que muerdas ligeramente tu labio inferior. La desazón me aprieta el estómago, ¿es razonable este interés por alguien que nunca te ha dirigido la palabra?

Blade Runner

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Pregunta errónea. Los recuerdos se fabrican y se almacenan pero no se puede fingir o recrear la magia onírica. Los sueños te hacen humano. Esa es la cuestión y ése es mi problema. Sueño contigo desde hace semanas, con esa forma de guiñar los ojos cuando la película te pone nervioso o de moverte y suspirar cuando te aburres. Mi imaginación crea escenarios imposibles.

Pero hoy algo ha cambiado, y como el mundo futurista de los dos protagonistas deja de ser lluvioso y negro mientras desaparecen por una carretera que serpentea entre bosques hacia el día luminoso, salgo ligera del cine porque me has sonreído al salir.

Desayuno con diamantes

Nunca seré capaz de pasear por la Quinta Avenida sin pensar en Audrey Hepburn inmaculadamente perfecta de negro Givenchy, mirando el escaparate enjoyado de Tiffany´s después de una noche de fiesta como tantas otras. Enormes gafas de sol y un café en vaso de cartón, el resumen de la sofisticación. Y cómo un callejón repleto de cubos de basura podía convertirse en el más acogedor de los rincones cuando Holly Golightly finalmente se rendía a las ataduras del amor abrazada a un gato sin nombre y al escritor sin fortuna bajo la intensa lluvia.

Cuando las luces se encienden me miras con esos cálidos ojos castaños y me preguntas si conozco Nueva York. Tú nunca has estado allí y pareces disfrutar el camino a la salida mientras te cuento mis paseos por Central Park, el bullicio de los teatros, los enormes neones, el cielo invisible más allá de las moles de hormigón o la decepcionante visita a Tiffany´s. Cuando te despides con un "hasta la próxima" despreocupado, pienso en cómo convencerte para tomar un café cuando volvamos a vernos.

Estación Termini

Hoy he llegado antes de tempo, sin ni siquiera haber mirado en el periódico la película que ponen. La puerta está cerrada y las luces apagadas. No hay, ni habrá, más sesiones. En los paneles olvidados de la entrada, Jennifer Jones y Montgomery Clift se abrazan, la americana infiel y su amante italiano, recordando el pasado y decidiendo su futuro en la cafetería de la estación de Roma. El miedo a arriesgarse y perder una rutina gris frente a un nuevo comienzo de futuro incierto, la comodidad frente a la pasión…¿Quién ganó?. No consigo acordarme. Fin de trayecto, fin de una historia.

No sé cómo te llamas ni cómo encontrarte y el puente que nos unía se ha evaporado de repente. Y veo como tu silueta desenfocada por las lágrimas se aleja en un travelling imparable hasta desaparecer.

Fundido en negro...

jueves, mayo 24, 2007

Ida y vuelta

María era blanca y negra, de piel de leche, alas de cuervo trenzadas y silueta curva, ligera y presta.

Carla era roja y negra, de carmín excesivo y satén escaso.

Atravesaba campos, frescos de lluvia y brillantes de sol cuando acababa su turno en la tienda, saciando la espera del hombre con aire y nubes, volviendo sin traer el ramo que madre le pedía, porque las flores arrancadas eran flores muertas. Aguantaba la monserga de siempre, sobre lo mal que cuidaría de su casa cuando se casara mientras acariciaba al orondo gato, distraída, y al ponerse el sol acudía a la cita clandestina con el corazón desbocado de hambre y fuego.

El asfalto quemaba sus pies a través de las sandalias de tacón vertiginoso, sin alcanzar su corazón helado, siempre dormido en su cuerpo dispuesto. Entró en el club y se expuso bajo la íntima luz de la esquina, sentada cruzando las piernas, la vista fija en la barra sin ver, casi sin pestañear, y esperó.

El día en que su Juan entró por la verja en el flamante coche nuevo para llevarla a la ciudad, se pintó los labios de un rojo tenue y brillante y cubrió el vestido con un chal negro de lana fina, sintiéndose una reina hasta que vio el guiño dirigido a la otra. Salió del coche dando un portazo sin escuchar excusas ni perdones, la cabeza hirviendo de furia y miedo, y se encerró en casa. Fuera Juan gritó y gritó hasta que las manos apretadas sobre los oídos convirtieron su voz en un zumbido.

El coche rojo paró frente a la puerta y el hombre trajeado entró en la sala, sorteando las mesas hasta llegar a ella. Los crueles ojos azules, casi transparentes la atravesaron mientras sus labios finos hacían la propuesta. Ella asintió con la cabeza y se dejó llevar.

María murió ese martes por la noche, cuando la misma hoja afilada que un loco hundió en el pecho de su hombre diez veces atravesó el suyo perfectamente sincronizada en el tiempo. La mujer sin alma siguió respirando, la mirada fija en la tierra, siempre hacia abajo, vetado el cielo.

Carla murió en un callejón oscuro, sobre la acera mojada por una tormenta de verano, el cuerpo herido con precisión de cirujano. El mudo que siempre la aguardaba con silencioso ardor en el garaje la encontró, impulsado por un instinto que le abofeteó con fuerza y le ordenó salir.

Cuando despertó en las blancas sábanas del hospital, una mano sin palabras cogió la suya llenando su cabeza de un mar caliente. María miró al mudo y dejó que el sol de la mañana acariciara su cara.

viernes, abril 27, 2007

Coda

CODA

El humo llenaba el café separando las mesas como islas de luz tenue en el océano brumoso. El grupo del escenario batía el aire a ritmo sincopado. Esther miraba fijamente al virtuoso del tambourine, pensando en la mejor manera de pedirle que le regalara la baqueta. Fernando, la mirada fija y las pupilas dilatadas, marcaba el ritmo con la pierna derecha mientras acariciaba su mano distraídamente. Y sobre la mesa, estos parisinos, siempre tan originales, unas mandarinas en un cuenco de madera tallada iluminaban el oscuro mantel.

Cogió una y la abrió con ansia. Cientos de arañitas salieron de ella, subiendo por su brazo desnudo. Esther gritó, mientras con gestos frenéticos intentaba quitarse de encima los invisibles insectos. La habitación estaba a oscuras y en calma. Eran las tres. Había soñado lo mismo durante las últimas dos semanas, invariablemente repetía la escena que vivió hace cinco años, pero siempre acababa con las arañas, las malditas arañas que tanto detestaba.

No podía aguantar más, sabía que algo no iba bien y tenía que hacer algo ya. Se sentó frente al ordenador pero no quedaban vuelos disponibles. Finalmente consiguió un billete de tren para el día siguiente, en uno de esos coches cama que le recordaban los viajes a Francia con su abuela, las noches sin dormir en el Puerta del Sol, disfrutando del traqueteo hasta que se rendía a las seis de la mañana y caía en un sueño profundo del que costaba muchísimo sacarla.

Llegó a un París lluvioso y gris, como la última vez que estuvo allí. Estaba otra vez en un taxi hacía el distrito VI, rumbo a los edificios universitarios blancos con arcos que tanto le habían hecho odiar el nombre de aquella increíble científica polaca y su marido.

Salió de allí crispada, la mano cerrada arrugando un pedazo de papel con una dirección escrita con letra angular y concentrada como patas de araña. El edificio parecía un pulcro museo renacentista hasta que cruzabas el umbral y el blanco impoluto te deslumbraba, un blanco frío y aséptico que la acompañó hasta la pequeña habitación de la tercera planta.

Lo primero que vio al entrar fueron los pequeños frascos marrones sobre la mesilla, tan parecidos a los de las lágrimas artificiales que usaba cuando llevaba lentillas. Lo irónico de la situación era que, a pesar de todo, no podía llorar, se sentía seca y culpable por ello.

Un susurro le llegó desde la cama.

- Estás aquí. ¿Cómo lo has sabido?
- No lo sé. Tuve un mal presentimiento.
- Sigues igual.
- ¿Tú crees? Las arrugas y las canas no perdonan.
- Seguro que yo tengo peor cara.

Su risa se transformó en una tos convulsa.

- No hables.
- Ya da igual.
- No, a mí no me da.

Sobre la cama distinguió una mancha gris, un cuaderno. Le dolió verse desnuda en la arena, sonriendo.

- Veo que aún lo conservas.
- Nunca podría dejarlo. ¿Eres feliz?
- ¿Qué pregunta es esa? Nadie es feliz.
- Yo creo que lo fui antes de mudarme a esta maldita ciudad.
- Sí, fuiste un estúpido y me hiciste daño.
- Lo siento, por favor, perdóname.
- Hace mucho que te perdoné.
- Últimamente he pensado mucho en ti.
- Quizás por eso haya vuelto.
- Acércate y siéntate en la cama, ¿quieres?. Necesito decirte algo. Creí que esa beca lo significaba todo, que era una oportunidad increíble y no vi nada más, no me di cuenta de lo que perdía y cuando empecé a darme cuenta no me atreví a volver. Pensé que ya no me aceptarías y con razón. Las cosas nunca me salen bien pero esa vez fue por mi culpa, yo lo jodí todo, ¿verdad?
- Si me lo hubieras pedido me hubiera venido aquí contigo sin pensarlo pero tú decidiste cortar con todo como si yo fuera un lastre. Tardé mucho tiempo en superar aquello, me pasé meses esperando una llamada, un correo, no sé, algo.
- Pensé que no sería justo pedirte que lo dejaras todo por mí, y que no aguantaríamos una relación a distancia, lo siento, de verdad, me he sentido vacío desde entonces, he estado a punto de llamarte varias veces, pero me daba tanto miedo que no quisieras saber nada de mí…
- Y durante un tiempo fue así...
- No sabes lo feliz que me ha hecho verte. Voy a intentar dormir un poco, creo que hoy por fin podré descansar tranquilo. ¿Te quedarás aquí conmigo?
- No he recorrido mil kilómetros para irme ahora, ¿no?
- ¿Me das la mano?
- Claro.

Apenas tardó unos pocos minutos en dormirse. Ella apartó las ásperas sábanas y se tumbó despacio, con cuidado infinito, mientras su cuerpo recordaba cómo acoplarse al de él. Notaba su cuerpo caliente y la respiración agitada con un eco ronco que se fue calmando poco a poco. Le abrazó y apoyó la cabeza en su espalda, adormecida por los latidos tenues que percutían en su pecho.

El sol quemaba bajo la bóveda sin nubes. Los granos de arena picaban en su espalda cubriéndola de un traje de cuarzo. Alargó el brazo para coger la mano que él le tendía. Una gota cayó entre sus dedos. El olor a desinfectante entró en su nariz como un punzón y abrió los ojos. Las pupilas de Fernando miraban fijas por la ventana. Su cara estaba húmeda por las lágrimas. No respiraba. Y sonreía.

jueves, marzo 22, 2007

Relatos hiperbreves

Despertar

Las fresas amargan en la garganta. El aire huele a polvo. Zapatillas sin pies en el suelo, una rosa roja crece en las sábanas hasta inundarlo todo de frío. Estás aquí pero ya te has ido. Ya no volverás conmigo ni con nadie.

El ascensor

La puerta del ascensor se abrió sin un ruido. El ejecutivo del traje gris entró sin dudar y apretó el botón con la letra B. La luz parpadeó imperceptiblemente al empezar el descenso. Tras unos segundos, llegó a su destino y salió. La oscuridad le envolvió al cerrarse la puerta. No había rastro alguno de la calle, y debía estar allí, justo enfrente. No pudo encontrar el interruptor de la luz, sólo la nada silenciosa, sin paredes y sin salida.

El abrazo

Le agarró el cuello, mirándole a los ojos fijamente. La mano de él se posó con violencia en su cintura y empujó hasta que sus labios casi se rozaron. El zapato de ella pisó el suelo impaciente. Y el tango nació.

Nostalgia


¿Te vas a ir? Preguntó Rosita, tirando de la manga. Creo que era la segunda vez que me hacía la pregunta. No podía recordarlo bien. Los niños lo captan todo, incluso un sutil comentario sobre otra ciudad en mitad de la comida. Pero, ¿cómo explicarle que necesitas huir? “Si te vas no podrás pintar conmigo”, dijo ella.

El tanatorio

Calor, sudor, gemidos, besos, el resto no existe. Los truenos retumban pero no oímos nada, la lluvia cae pero todo eres tu, yo y la habitualmente fría superficie metálica a punto de fundirse. El río ruge, los cuerpos amortajados flotan aguas abajo, la gente grita, el fin del mundo queda fuera, suspendido hasta el último suspiro que te doy.

sábado, febrero 03, 2007

El soplo en el corazón

Mesas separadas
No me gusta ir sola al cine. Ya lo sé, todo está oscuro y tienes que fijar toda tu atención en una pantalla, pero me siento mejor si tengo el calor de la compañía compartiendo una historia. Cuando entro en la sala voy encogida, como intentando esconderme para que nadie me vea. Hoy en el cine de reestreno toca clásico en blanco y negro, personajes solitarios y mentes estrechas. No puedo evitar escrutar disimuladamente a los que se sientan a mi lado. Y ahí estás, rígido y serio, vestido con chaqueta y pantalones informales pero tan solemne como si llevaras chaqué, con un aire al David Niven de la pantalla, digno y vulnerable, y me pregunto si tú también serías capaz de tocarme en la oscuridad.
Los pájaros
El miedo a lo incomprensible. Una descarga de adrenalina durante dos horas y la esperanza de que todo sea ficción al salir del cine, que los pájaros no se hayan rebelado contra la estúpida humanidad. Hoy has vuelto, al mismo sitio, un mes después. Y a pesar de que con toda seguridad todos en la sala ya conocemos la película, sigues sin pestañear las aventuras de la rubia protagonista, estilizada y elegante como no seré jamás. Estoy inquieta, ¿es razonable este interés por alguien que nunca te ha dirigido la palabra?
Blade Runner
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Pregunta errónea. Los sueños te hacen humano. Esa es la cuestión y ese es mi problema. Sueño contigo desde hace semanas, con esa forma de guiñar los ojos cuando la película te pone nervioso o de moverte y suspirar cuando te aburres. Pero hoy algo ha cambiado, y como el mundo de los dos protagonistas deja de ser lluvioso y negro mientras desaparecen en un zig-zag boscoso, salgo ligera del cine porque me has sonreido al salir.
Desayuno con diamantes
Nunca seré capaz de pasear por la Quinta Avenida sin pensar en Audrey Hepburn descalza mirando un escaparate enjoyado después de una noche de fiesta. Y su rendición a las ataduras del amor abrazada a un gato sin nombre bajo la lluvia. Cuando las luces se encienden me miras y me preguntas si conozco Nueva York. Tu nunca has estado allí y pareces disfrutar el camino a la salida mientras te cuento alguna anécdota de mi viaje a la Gran Manzana. Cuando te despides con un "hasta la próxima" despreocupado, pienso en cómo convencerte para tomar un café cuando volvamos a vernos.
Estación Termini
Hoy he llegado antes de tempo, sin ni siquiera haber mirado en el periódico la película que ponen. La puerta está cerrada y las luces apagadas. No hay, ni habrá, más sesiones. En los paneles olvidados de la entrada Jennifer Jones y Montgomery Clift se abrazan, la americana infiel y su amante italiano, recordando el pasado y decidiendo su futuro en la cafetería de la estación. No sé como te llamas ni como encontrarte y el puente que nos unía se ha evaporado de repente. Y veo como tu silueta desenfocada por las lágrimas se aleja en un travelling imparable hasta desaparecer.
Fundido en negro...

martes, enero 16, 2007

Miedo

Johan mató a su hermano Franz el dos de febrero, por una venganza tardía. Rompió su cráneo con la piedra más grande que pudo en contrar en el camino, enterró su cuerpo en una esquina de la finca y siguió su vida, ojos que no ven y estómago henchido de amarga satisfacción.
Y todo habría seguido igual de no haber sido por la peste bubónica de la primavera de 1542. Cuando quiso darse cuenta ya era tarde, la fiebre le consumía, su cuello se había vuelto negro y maloliente, y nadie se atrevía a acercarse a su cama.
Aquella noche soño con Anna, la que se fue y se dejó embaucar por la tierra que su hermano le había robado, la mitad de su herencia y su hijo, criado en otra casa, dejándole la única satisfacción de que el traidor no supiera que su estirpe no era propia, el mismo niño que mató a su madre al nacer como el ángel exterminador.
Se despertó de repente y quedó mirando al techo, respirando apenas, el sudor frío evaporándose inmediatamente al contacto de su ardiente piel. Casi podía ver el vaho azulado a la luz de la luna, como si su alma se disolviera en el aire.
Su cerebro embotado tardó unos segundos de más en distinguir el nuevo rojo fulgor que entraba por la ventana. Rojo y negro. Una sombra furtiva se acercó al cabecero de la cama. Johan intentó girar la cabeza pero el dolor lacerante no se lo permitió. Un susurro rozó su oreja como una brisa caliente. Y tan claramente como le permitió la niebla de su mente, oyó la voz de Franz llamándole mientras cogía su mano y le incorporaba, invitándole a salir.
Increiblemente, el cuerpo había dejado de dolerle, no sentía miedo y siguió a la sombra que tiraba de él. Fuera todo estaba en llamas, cuerpos retorcidos caminaban, se arrastraban gimiendo mientras negros cuervos les atacaban sin piedad. Animales desconocidos aullaban enseñando enormes fauces y garras afiladas junto a un río de un líquido viscoso y oscuro que, sabía, le volvería loco si le tocaba.
Y realmente creyó haber perdido el juicio cuando vio la pequeña figura que le miraba fijamente bajo el arbol del ahorcado. Anna, con el pelo enredado el vestido desgarrado se reía, graznando, mientras sus ojos dementes se burlaban de él, enseñandole que nunca fue nadie, sólo un objeto, un mero instrumento sin valor. Leyó el desprecio sin fin en esos ojos, recordándole una y otra vez´por lo que había matado, y gritó con todas sus fuerzas hasta quedarse ronco, un sonido tan aterrador que los vecinos acudieron, venciendo el miedo.
Lo que vieron fue a Johan, con los ojos abiertos, en su rostro el horror del que se ha condenado por nada, mientras la vida salía de su boca a borbotones, hasta que sólo quedó el cuerpo encogido e inmóvil.
Y es que no hay peor infierno que el que crea la propia mente.

sábado, enero 13, 2007

Crepúsculo azul

El binomio fantástico ampliado un poquito para poderlo presentar....
Miércoles 3 de mayo

Levantó la cabeza y volvió a examinar la enana azul, exasperado. Las enanas podían ser blancas, amarillas, rojas y hasta café, ¡pero nunca azules! Un escalofrío recorrió su espina dorsal, hacía tan solo doce horas únicamente era visible con el telescopio. No sabía por qué, pero no podía apartar los ojos de ella. Irradiaba una tenue luz azulada que empañaba el sol, como si de repente hubieran envuelto éste en celofán, convirtiendo el soleado día de mayo en una sombra crepuscular.

Jorge no podía entenderlo, nunca había visto nada igual en sus doce años de carrera de astrónomo, y esa exasperación que sentía desde que descubrió el fenómeno e intentó inútilmente darle explicación se iba tiñendo más y más de tristeza, como un blues desesperado. La mesa del despacho estaba llena de hojas revueltas, un caos de fórmulas girando en un callejón sin salida. Con la cabeza vacía, se sentó frente a la puerta del balcón y miró las calles durante horas.

La gente caminaba cabizbaja, y con los hombros caídos, como si una melancolía general se hubiese posado sobre el mundo, ligera, como el polvo, pero imposible de limpiar, dejando a su paso sólo apatía e indiferencia.

Por el rabillo del ojo distinguió a su vecina del piso de al lado saliendo del portal con la mirada fija en el cielo. Durante meses había esperado con excitación verla abrir la pesada puerta de forja para pasear al perro, ligera y fresca, con paso danzante, siempre a las seis de la tarde. Le sorprendió ver su melena negra, casi azul, habitualmente impecable, despeinada y sucia, y la camisa mal abrochada. Al cruzar la calle tropezó, pero desde la ventana Jorge no alcanzó a distinguir nada en la acera que justificara el desequilibrio. Y con inquietud descubrió que, además, no le importaba nada.

Domingo 14 de mayo

Once días azules y fríos, y parecía una eternidad. Jorge se levantó de la cama y miró el reloj sin interés. Eran las dos de la tarde pero bien podrían haber sido las siete. Incluso los potos del salón, esos que crecían sin descanso y parecían no morir nunca e invadirlo todo, caían pálidos y fláccidos.

Al día siguiente tendría que ir a trabajar, de nuevo la angustia de no saber qué pasaba y la presión de quienes sabían aún menos que él. No tenía respuestas, y ninguno de sus colegas parecía en mejor situación. Debería hacer como esa gente que cada vez faltaba más al trabajo, en un absentismo que crecía de manera exponencial desde hacía días.

Al principio fue imperceptible, profesores que de repente decían sentirse deprimidos e incapaces de soportar a sus alumnos, camareros sin fuerzas para levantar las bandejas o médicos enfermos de dolencias que ni ellos mismos sabían nombrar. Pero gradualmente, cualquier actividad que implicara contacto humano se hizo más y más trabajosa e incómoda, aplastando cualquier llama creativa o pasional.

Cerró las ventanas y persianas y se sentó frente a la televisión, buscando el programa más superficial y vacío, para no tener que pensar. Prefería imaginar que era de noche, una noche corriente como las había vivido sin valorarlas durante años.

Jueves 25 de mayo

Esa noche despertó con una sensación extraña, como si su cuerpo hubiera ganado cinco kilos de repente, sin embargo notaba como le tiraba la piel, algo que no podía describir, y al pasar suavemente la mano por su brazo, en una caricia imperfecta y nerviosa, descubrió que el pelo estaba erizado, como si intentara alcanzar una voz que llamara desde distancias siderales.

Una sensación de falta de aire le hizo levantarse y salir al balcón. Junto a él, en el balcón de al lado, una sombra pequeña, acurrucada en el suelo, emitía un sonido quedo y entrecortado. Su vecina estaba llorando. Suavemente, para no molestar, volvió a meterse en casa y se acostó, aunque sabía que no dormiría.

Viernes 2 de junio

Las noticias en la televisión eran cada vez más inquietantes: nuevos profetas prediciendo el principio de algo, otros prediciendo el fin de todo, gente desorientada por las calles, suicidios anormalmente numerosos. Y nadie parecía poder parar la desintegración del mundo conocido.

Jorge llevaba tres días encerrado en casa, sin hablar con nadie, no se sentía con fuerzas de aguantar más delirios exaltados o lamentos apagados. De repente notó algo anormal, un cambio en el aire viciado de los últimos días. Tardó unos minutos en darse cuenta de que el silencio era total y salió al balcón esperando ver la calle vacía. Lo que vio fuera le cortó la respiración: una multitud silenciosa observaba un círculo negro en el cielo. No podía ser un agujero negro, era imposible, no había perturbaciones, sólo una brisa suave y tibia. ¿Era aquello el fin que predecían los apocalípticos?

Sábado 3 de junio

Llevaban más de seis horas en la calle esperando, todos casi en silencio, nadie se atrevía a hablar, los ojos fijos en el hipnótico vacío sobre sus cabezas, esperando no sabían muy bien qué, una explosión, un huracán que les aspirara sin merced hacia otro mundo o hacia la nada. Y cuando más oscura era la noche, apareció un rayo anaranjado, débil al principio, pero cada vez más intenso, iluminando la mañana. Las caras cenicientas se ruborizaron. Y tras la desesperación llegó el alivio de una segunda oportunidad de vivir la luz, un segundo comienzo bajo un segundo sol.

jueves, enero 11, 2007

Viernes en haiku

Reloj ruidoso
Almohada caliente
Aroma a café

Caos de asfalto
Prisas bajo la lluvia
Dos mil papeles

Charla de bar
Tostadas y humo gris
Vuelta al trabajo

Tiempo acabado
Frío y sol en la calle
Risas y amigos

Música y luces
Hielo naranja y manos
Besos robados

Roce o caricias?
Escalofrío en la nuca
No te vayas!

Aprendiendo a abrazar

Abrazar, ceñir con los brazos según el diccionario. Para abrazar es necesario situarse cerca de la persona objetivo. El abrazo habitual suele darse frente a frente, a una distancia no superior a 30 cm. Para ejecutarlo correctamente, levantar los brazos a una altura aproximadamente igual a la de los hombros y en un ángulo situado entre 0 y 45 grados respecto al plano del tronco.

A continuación aumentar el ángulo hasta juntar los brazos en la espalda de la persona a abrazar. Dichos brazos estarán casi rectos, pero no rígidos, siendo necesario un ligero giro, adoptándose la forma de una elipse. Finalmente, apoyar las palmas de las manos en la espalda del objetivo y empujar ligeramente mientras se produce el acercamiento hasta que se dé el contacto de los cuerpos.

El abrazo puede ser corto, llamado “a la inglesa”, cuyo objetivo es el saludo o la despedida, y que tiene una duración máxima de 3 segundos, sin embargo generalmente suele prolongarse indeterminadamente para reflejar el cariño por el otro. En este caso puede conllevar el apoyo de la cabeza en el hombro opuesto y un mayor contacto de los cuerpos, que puede alcanzar casi la totalidad de la superficie. No debe uno inquietarse si se perciben los latidos del corazón ajeno, puesto que esto únicamente es reflejo de la simbiosis física y espiritual.

Existe una variante de abrazo en el cual el receptor se encuentra de espaldas al ejecutor, que realiza los mismos movimientos pero apoyando las manos en el pecho, provocando un placentero sentimiento de sorpresa y excitación en el otro, si el abrazo es deseado.

Finalmente, es posible abrazar a otra persona apoyando las manos en la parte trasera del cuello, para lo cuela es necesario elevar los brazos ligeramente. El abrazo en el cuello tiene connotaciones románticas por lo general y precede frecuentemente la invitación a la danza o el éxtasis de un beso.