lunes, noviembre 27, 2006

Jugando a lexicógrafos

Meledad
Dícese de la pereza matutina de fin de semana, generalmente de domingo invernal, que impide salir de la cama durante largo intervalo de tiempo pese a estar despierto.

Torsidiembre
Dícese de la mezcla de enfado, agobio y preocupación provocada por una llamada telefónica esperada intensamente que se retrasa

Entiescencia
Nerviosismo y excitación causados por el sentimiento de anticipación que precede a la realización del deseo amoroso en sus primeras fases, generalmente en los momentos previos a la primera caricia o beso
Correduelo
Noche de fiesta improvisada regada con abundantes dosis de alcohol, cuyo objetivo es hacer olvidar una desgracia o disgusto a una persona cercana por la que se siente cariño o simpatía
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Alboaire:

Definición propia: planta arbórea de la familia de las salicáceas de grandes hojas alargadas caducas, flores blancas y copa redondeada, que puede alcanzar alturas superiores a 30 m

Definición real: labor que se hacía en las capillas o bóvedas, especialmente en las esféricas, adornándolas con azulejos

Dieno:

Definición propia: Instrumento musical metálico de percusión de configuración similar al triángulo pero con 5 o más lados

Definición real: cualquier compuesto químico que contiene dos dobles enlaces

Esenio:

Definición propia: metaloide de color rojizo, dúctil y de gran resistencia a flexotracción

Definición real: dícese del individuo de una secta de los antiguos judíos que practicaba la comunidad de bienes y tenía gran sencillez y humildad en sus costumbres

Liquilique:

Definición propia: dícese de la persona que habla sin interrupciones durante un gran intervalo de tiempo. Procede etimológicamente de la unión de las palabras líquido y palique.

Definición real: En Colombia y Venezuela: blusa de tela de algodón más o menos basta. Se abrocha desde el cuello.

Pellada:

Definición propia: familiarmente, dícese de la unión organizada de estudiantes para no acudir a clase

Definición real: porción de yeso o argamasa que un peón de albañil puede sostener en la mano o con la llana para darla al oficial que está trabajando

viernes, noviembre 24, 2006

Chocolate

Chocolate negro fundiéndose en su boca, mezclado con suave y cremosa nata
Mira sus ojos intrigantes, que él dice ser negros y ella ve verdes
Mira sus labios sonrientes mientras mastica despacio
Mira su mano acercarse a su cuello
Cierra los ojos anticipando el contacto, deseando tanto que duele
Frío en la nuca, calor en la boca
Chocolate caliente, aire fundido, combustión interna, dulce explosión

miércoles, noviembre 15, 2006

Abriendo puertas

Abrió la puerta y se sentó en el asiento del copiloto. Apretó las rodillas hasta que la tensión hizo temblar sus muslos. Estaban solos, sin el abrigo reconfortante de las voces, el tintineo de vasos y la música del bar. No sabía que había pasado. Todo había empezado como una charla corriente y de repente aparecieron la rabia, el rictus y el silencio. Odiaba ese silencio atroz, que la castigaba volviéndola invisible y hacía brillar sus ojos con lágrimas de angustia y culpa injusta, pensando hasta el mareo que era lo que habría hecho mal esta vez, que frase anodina él habría decidido malinterpretar.

Él seguía mirando al frente, con los labios apretados, y la cara inmóvil. Ni siquiera desvió la vista para poner la radio. Una voz invadió el pequeño espacio, y por una vez, las noticias de guerras lejanas sonaron a tregua agridulce. En la calle, la noche se puso a llorar suavemente.

Empezó a mover la pierna derecha sin darse cuenta, baile de san vito que no podía controlar cuando le invadía la ansiedad, hasta que percibió el martilleo rítmico rápido del tacón en el suelo y paró con brusquedad.

Durante los veinte minutos interminables que duró el trayecto se esforzó en no mirarle y fijar la vista en las calles desiertas iluminadas únicamente por la luz mortecina y naranja de las farolas pensando en cómo un color que siempre le había parecido tan alegre podía resultar tan poco acogedor. Casi ni notó como el coche se paraba delante del portal.

Y entonces ocurrió ese clic habitual que hacía que él se calmara de repente, y oyó la voz masculina súbitamente amable pidiendo perdón y dando excusas y su mano rozó su barbilla y acarició su cuello de camino hacia su escote. Pero la voz sonaba lejana y la sonrisa falsa como si no fuera él quien le estuviera hablando sino ese desconocido cuyo roce en el metro resulta incómodo.
Y ella se dio cuenta de que ya no le importaba, no podía romperse algo que simplemente ya no estaba allí, el miedo desapareció y mirándole a la cara le dijo “nos vemos”, una mentira que la ayudara a moverse. Y dejando atrás la decepción del deseo interrumpido en la cara del otro, salió del coche, cerró la puerta y sin prisas, dejó que la lluvia fría y limpia mojara su cuello y su pelo mientras buscaba las llaves en el bolso.

domingo, noviembre 05, 2006

El binomio fantástico: exasperado-azul

Miércoles 3 de mayo

Levantó la cabeza y volvió a examinar la enana azul, exasperado. Las enanas podían ser blancas, amarillas, rojas y hasta café, ¡pero nunca azules! Un escalofrío recorrió su espina dorsal, hacía tan solo 12 horas únicamente era visible con el telescopio. No sabía por qué, pero no podía apartar los ojos de ella. Irradiaba una tenue luz azulada que empañaba el sol, como si de repente hubieran envuelto éste en celofán, convirtiendo el soleado día de mayo en una sombra crepuscular.

La gente por la calle caminaba cabizbaja, y con los hombros caídos, como si una melancolía general se hubiese posado sobre el mundo, ligera, como el polvo, pero imposible de limpiar, dejando a su paso solo apatía e indiferencia.

Jorge no podía entenderlo, nunca había visto nada igual en sus 12 años de carrera de astrónomo, y esa exasperación que sentía desde que descubrió el fenómeno e intentó inútilmente darle explicación se iba tiñendo más y más de tristeza, como un blues desesperado. La mesa del despacho estaba llena de hojas revueltas, un caos de fórmulas girando en un callejón sin salida. Con la cabeza vacía, se sentó frente a la ventana y miró a la gente pasar durante horas.

Domingo 14 de mayo

Once días azules y fríos, y parecía una eternidad. Jorge se levantó de la cama y miró el reloj sin interés. Eran las dos de la tarde pero bien podrían haber sido las siete. Incluso los potos del salón, esos que crecían sin descanso y parecían no morir nunca e invadirlo todo caían pálidos y fláccidos.

Al día siguiente tendría que ir a trabajar, de nuevo la angustia de no saber qué pasa y la presión de quienes sabían aún menos que él. No tenía respuestas, y ninguno de sus colegas parecía en mejor situación. Debería hacer como esa gente que cada vez faltaba más al trabajo, en un absentismo que crecía de manera exponencial desde hace días.

Cerró las ventanas y persianas y se sentó frente a la televisión, buscando el programa más superficial y vacío, para no tener que pensar. Prefería imaginar que era de noche, una noche corriente como las había vivido sin valorarlas durante años

Viernes 2 de junio

Las noticias en la televisión eran cada vez más inquietantes: nuevos profetas prediciendo el principio de algo, otros prediciendo el fin de todo, gente desorientada por las calles, suicidios anormalmente numerosos. Y nadie parecía poder parar la desintegración del mundo conocido.

Jorge llevaba tres días encerrado en casa, sin hablar con nadie, no se sentía con fuerzas de aguantar más delirios exhaltados o lamentos apagados. De repente notó algo algo anormal, un cambio en el aire viciado de los últimos días. Tardó unos minutos en darse cuenta de que el silencio era total y salió al balcón esperando ver la calle vacía. Lo que vió fuera le cortó la respiración: una multitud silenciosa observaba un círculo negro en el cielo. No podía ser un agujero negro, era imposible, no había perturbaciones, sólo una brisa suave y tibia. ¿Era aquello el fin que predecían los apocalípticos?

Sábado 3 de junio

Llevaban más de 6 horas en la calle esperando, todos casi en silencio, nadie se atrevía a hablar, los ojos fijos en el hipnótico vacío sobre sus cabezas, esperando no sabían muy bien qué, una explosión, un huracán que les aspirara sin merced hacia otro mundo o hacia la nada. Y cuando más ocura era la noche, apareció un rayo anaranjado, débil al principio, pero cada vez más intenso, iluminando la mañana. Las caras cenicientas se ruborizaron. Y tras la desesperación llegó el alivio de una segunda oportunidad de vivir la luz, un segundo comienzo bajo un segundo sol.